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Estamos terminando un año negro, el peor sin duda vivido por la humanidad desde 1945, seguramente el peor para los españoles desde la Guerra Civil ... y la inmediata posguerra, un año en el que la muerte, la pobreza y la desolación se han multiplicado por todas partes. Como es habitual en estas fechas, miramos atrás y hacemos recuento, pero abrumados por las desgracias, necesitados de recuperar la ilusión, la mayoría de los balances que leemos estos días prefieren salir de lo obvio y destacar las luces que brillan en cualquier época, incluso en una tan oscura como esta. Algo así debió pensar también Pampinea, la primera de las narradoras del “Decamerón”, una de las obras más comprometidas con la alegría de vivir de toda la literatura universal: al refugiarse en una villa de campo, con sus amigos florentinos que huían de la peste de 1348, propuso aliviar el aislamiento contándose mutuamente historias en las que cada uno debía hablar solo de aquello que le agradase. Esto mismo, levantar la mirada para espantar fantasmas, es lo que sugería el periódico “El Salmantino” al terminar el año 1918, un año tan siniestro como este, el de la gripe española, aunque también el del armisticio que abriría paso a la paz tras la Primera Guerra Mundial: visto lo visto, tras un año de tantas desdichas, mejor pensar que “año nuevo, vida nueva”, incluso aunque ese propósito de enmienda fuese, decía, “rayano en perjuro”.

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lagacetadesalamanca Año nuevo, vida nueva