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No seamos ingenuos. Que el dinero puede comprar casi todo es una máxima que aprendemos desde pequeños. Pero pocas veces la certeza nos había dado un bofetón tan sonoro como ahora.
Viene a mi cabeza el tío Gilito, lanzándose desde un trampolín para bucear entre montañas de monedas. El único interés del tío Gilito era amasar millones, pero si hubiera tenido otros, como financiar una campaña electoral -pongamos por caso- es fácil suponer que todos los vientos soplarían a favor de su candidato.
No quiero decir con esto que la voluntad de los votantes tenga un precio, o que se vendan al mejor postor. Sigo creyendo firmemente en la capacidad de las personas para tomar decisiones en conciencia, convencidos de que están apoyando la mejor alternativa. Pero los candidatos que cuentan con una fuente casi ilimitada de financiación tienen más medios para difundir su mensaje, que habrá sido milimétricamente diseñado por sus expertos para lograr su objetivo. Sin esos resortes, el alcance sería mínimo y las ideas, buenas o malas, no llegarían muy lejos. Así es la política del siglo XXI.
La relación directa entre la financiación con la que cuenta un partido político y la efectividad de su mensaje es evidente. Pero si además ese presupuesto procede de donaciones con muchos ceros realizadas por empresarios, lo que ocurre, si se triunfa en las urnas, es otra historia. Posiblemente los empresarios-donantes en cuestión adquieran más poder y escalen puestos en las listas de supermillonarios, porque sus negocios se vean de alguna manera favorecidos. Y con esto el mundo pasa a decidirse a golpe de billetera, con la soberbia y la frialdad de quien sigue pensando que el dinero puede conseguirlo todo. Ahora me compro Groenlandia, ahora le cambio el nombre a un golfo. El futuro empieza a parecerse a una partida de Monopoly. Y si esto en cualquier país es peligroso, adquiere dimensiones muy preocupantes si ocurre en una superpotencia como Estados Unidos. Confieso que cada vez que salta una alerta de noticias en mi móvil, cuyo titular comienza por Trump, me sobresalto pensando en qué ocurrirá ahora. Dudo que sea la única que dé esos respingos, y también que esa sensación de incertidumbre y alarma permanente sea lo que necesita el mundo.
Afortunadamente, en España contamos con una ley de financiación de partidos políticos que limita las donaciones de manera que -legalmente al menos- ninguna de nuestras grandes fortunas podría condicionar el curso de la democracia. Pero no caigamos en dos errores básicos: pensar que algo que sucede tan lejos no nos afectará y creer que situaciones similares no puedan darse en nuestro entorno.
Parece que el mundo se derrumba, decía Ingrid Bergman en la película Casablanca, mientras los carros de combate nazis avanzaban hacia París. Casi un siglo después, las cosas no han cambiado tanto, los tanques han vuelto a dejar sus huellas en Europa, la desconfianza crece entre aliados y el mundo es un tablero donde jugadores sin escrúpulos deciden nuestro futuro.
Al menos podremos enamorarnos, como Ilsa y Rick.
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