Amores líquidos
Lunes, 30 de mayo 2022, 05:00
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Lunes, 30 de mayo 2022, 05:00
El Rey Emérito volvió. Y parece que confundió aquello de ser campechano con lo de chabacano, asegurando que no tenía que dar explicaciones de nada. Porque claro, nos trajo la democracia, pero se llevó comisión por ello. Y en la semana que se aprobó por ... amplia mayoría -201 votos a favor, cifra que, por hacernos una idea, supera las mayorías absolutas de la etapa bipartidista- la norma del “solo sí es sí”, mejor llamada Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, todo quedó empañado entre ambas cuestiones.
Sin embargo, no pasó desapercibido que la Reina Emérita no acudió al almuerzo que el Rey Felipe ofreció en Zarzuela. Casualmente, la exreina cogió la covid, perdiéndose el ágape en honor al regreso de su marido. Ella probablemente no lo diría, pero al parecer, para libertad sexual, la de su esposo. Y para paciencia, la de Sofía. Siempre lo he pensado: debe ser una putada nacer en el seno de una Casa Real. Y no me malinterpreten, no pretendo convertir esta columna en crónica rosa. Me da exactamente igual la vida sexual del Emérito. Pero es cuanto menos curioso que sus supuestas infidelidades al matrimonio no se hayan tomado como traición. No como si lo hace tu vecino. Supongo que dependerá del acuerdo al que cada pareja llegue. Y para esto hace falta mucho diálogo. Cada uno es muy libre de mantener los tipos de relación que quiera. Faltaría más. Desde el respeto, la empatía, el consenso y el acuerdo. Algo parecido a lo que ocurre en los gobiernos de coalición.
Lo que parece que queda claro es que estar en pareja tiene un privilegio y un reconocimiento social que no lo tiene la soltería. Y el matrimonio viene con premio gordo. Más allá de las bonificaciones fiscales, de la simplicidad en los trámites para recién nacidos de parejas casadas o de compartir, por ejemplo, los gastos del alquiler. Si no que se lo digan a Mariano Rajoy, al que Manuel Fraga le dijo “vete a Madrid, aprende gallego, cásate y ten hijos” y llegó a ser Presidente del Gobierno. Por eso, me chirría tanto que esté de moda reivindicar las relaciones amorosas del pasado, arguyendo que la pareja está en crisis y que ya no existen las historias de amor verdaderas.
Decía el sociólogo polaco Zygmunt Baumann en 2003 que mantenemos relaciones sexoafectivas “liquidas”. Es decir, según este autor, nos da miedo comprometernos. En las sociedades capitalistas basadas en la predominancia del individualismo, un consumismo exacerbado y una mercantilización de absolutamente todo lo que sea posible, las relaciones interpersonales que se generen en su seno van a ser superficiales, frágiles, fugaces y fútiles. Suponía Baumann que establecer vínculos afectivos fuertes nos hipotecaba en nuestra inherente libertad individual, mientras ponía trabas a ese carpe diem constante que se supone que ha de ser la vida. Y claro, en la época Tinder, donde ligar de forma telemática se basa en la mercantilización de cuerpos de usar y tirar, algo de razón podría tener. Solo algo.
El amor es líquido, vale. Por eso es capaz de adaptarse al recipiente que se considere más adecuado. De poco nos sirve ser nostálgicos de pasados que no volverán, olvidándonos además de la parte negativa de los mismos. El amor romántico no es que sea un mito, sino es la construcción de aquellos que lo construyen bajo sus moldes y se sienten cómodos en él. ¿O es que se nos ha olvidado el castigo social que suponía tener un hijo “bastardo”? ¿O las violaciones en el seno del matrimonio? ¿O todas aquellas mujeres que a lo largo de su vida no exploraron ni una vez su cuerpo? El amor, o mejor dicho, las relaciones sexoafectivas, no tienen unas estructuras marcadas. Que cada cual lo viva como quiera, sea rey, ateo o asexual. Pero recuerden: solo sí es sí.
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