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América fue el destino de muchos salmantinos huyendo de la hambruna. La historia nos habla de las casas de Salamanca y Villarino en Cuba, o ... del potente centro cultural y social de Salamanca en Buenos Aires. Antes, algunos paisanos formaron parte de la soldadesca que conquistaba el nuevo continente.
Estoy viendo en Netflix una serie, “Better Call Saul”, en la que aparece un clan narco en el que campa el apellido Salamanca. Como la ciudad del Estado de Nueva York o la pujante ciudad en Guanajuato, México, vinculada a la petrolera PEMEX, que no es la única Salamanca mexicana.
El nombre de Salamanca está por Chile, donde antaño –no sé ahora– a las cuevas se las llama salamancas, supongo que por la cripta de San Cebrián; pero también aparece Salamanca en Perú, Venezuela, Nicaragua, Panamá o Colombia. Hay algunas publicaciones sobre ello.
Salamanca, allá, es su Universidad: el taxista que me llevó del aeropuerto JFK al centro de Manhattan tenía una hija abogada que había sido alumna del Estudio.
Es colombiana, También conocía el jamón de Guijuelo.
En México, su Universidad Autónoma considera a la salmantina su Alma Mater, aunque, en realidad, el espíritu salmantino late con fuerza en la universidad americana.
En Argentina se sabe muy bien que Belgrano, héroe e impulsor de la bandera nacional, fue alumno de las aulas salmantinas y se recuerda en el claustro del Edificio Histórico, antaño muy concurrido de estudiantes iberoamericanos. Estábamos en la postguerra.
Hace poco escribí aquí la historia del Colegio Iberoamericano Hernán Cortés, que surgió después de que no fuese posible una Universidad Iberoamericana en Salamanca, pedida en el Ayuntamiento en 1938. Cientos de americanos se formaron en las aulas salmantinas en los años cincuenta y sesenta, sobre todo en Medicina, hasta crear la “Vía del Dólar”, como se conocía a la calle Toro.
Estudiantes que acudían a la estatua de Cristóbal Colón un día como hoy y homenajeaban al descubridor. La escultura, del zamorano Eduardo Barrón, se inauguró un año más tarde de lo previsto, en 1893. Mucho antes, en 1866, un salmantino, Mariano Solís, erigió pagándolo personalmente el primer monumento a Colón.
El monolito mira al molino y casa de descanso dominico de Hacienda Zorita, donde también recaló Colón en aquellos días en los que intentaba convencer a unos y otros de su proyecto.
Convenció a Diego Deza, influyente dominico, cercano a la reina Isabel, para que financiase el viaje. Siglos más tarde, Gerard Depardieu, encarnó a Colón en las calles salmantinas a las órdenes de Ridley Scott, mientras la grandísima Sigourney Weaber hacía de reina Isabel. La película se dejaba ver y aun hoy es divertido reconocer los escenarios salmantinos reconvertidos.
Después de Colón hicieron su labor allá los Hernán Cortés, antiguo escolar salmantino, Francisco de Montejo o Vázquez Coronado, que conquistaron territorio para mayor gloria de España y de sus bolsillos.
No es muy conocido que el Palacio de Orellana está vinculado al marquesado de la Conquista, otorgado a Francisco de Pizarro o que aquella marquesa de Almarza protagonista de su “resurrección” en San Boal era descendiente de Moctezuma.
La huella americana en nuestra historia va más allá de Colón y su presencia salmantina. Es también Francisco de Vitoria y el derecho protector de los indígenas, de su vida y cultura, y con él de la Escuela de Salamanca, cuya ética sigue estudiándose en todo el mundo.
La escultura la impulsó el alcalde Pablo Beltrán de Heredia y Onís, familia de aquel hispanista en América que fue Federico de Onís. Don Pablo plantó una sequoia americana en Anaya por si algún día enfermaba su hermana, la del claustro universitario, que también vino de América, y apunta alto.
Sobre todo ello merece la pena pensar este doce de octubre entre felicitaciones a las Pilares, recuerdo al episodio unamuniano en el Paraninfo, aquel Día de la Raza, y la referencia de que es el Día de la Fiesta Nacional de España, con permiso del vice de la Junta.
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