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Aunque siempre he sido un gran defensor del mundo rural, este verano me he hecho “de pueblo” desde dentro, como si fuera Paco Martínez Soria ... en viaje iniciático de regreso, pues no todo va a ser perderse en el sistema de “freeways” de Los Ángeles o en las calas de Menorca... Antes, recuerdo, iba a los pueblos como Livingstone en África, solo me faltaban los prismáticos al cuello. Me gustaba lo que veía, lo que sentía, lo que comía; me gustaban los sonidos del silencio (gracias Simon y Garfunkel), pero había un muro entre el pueblo y yo, como si fuéramos de planetas diferentes. Ay, bobo.
Estoy disfrutando del verano en Frades de la Sierra, me están tratando muy bien, las fiestas “de pueblo” han sido todo un descubrimiento, y hasta intento conocer la vida y obra del célebre poeta local Gabriel y Galán más allá del bucólico jardincito de mi infancia, junto a la avenida de Mirat. Digamos que es mi “verano azul” pero con más verde y disfrutando de la voluptuosa dehesa charra por la que discurre la carretera desde Salamanca. Pues sí, esto es el desagravio de un paleto (cosmopolita, eso sí) hacia el pueblo, hacia la vida de pueblo de la que, no obstante, los propios lugareños se quejan amargamente con un poso de nostalgia por lo perdido, por lo que no volverá: sus escuelas, sus jóvenes, sus bares, en definitiva, el pulso. Los veranos apenas son un espejismo que pronto se tornará en silencio y soledad, cuando regresemos a los quehaceres urbanos y el pueblo, sus vericuetos y verbenas pasen a la memoria.
Un abandono anunciado que, sin embargo, nos ha pillado a todos por sorpresa: nunca pudimos imaginar la España vaciada, la Salamanca vaciada, pues más que despoblados, hemos sido vaciados por muchos factores, no solo por la inconsciencia y necedad políticas. Al igual que ocurre en las ciudades pequeñas como Salamanca, en las zonas rurales solo van quedando quienes tienen su medio de vida consolidado, pero muy pocos son los que apuestan por ellas a pesar de las enormes posibilidades en muchos sectores, no solo el primario. Hace unos días, lo expresaban muy bien en un medio zamorano a propósito de la fiesta electrónica que se montó junto al embalse de Almendra y a la que asistieron miles de personas según las crónicas: “Nunca se llenó tanto una zona en tan poco tiempo... Lo triste es que no se queden para arar las tierras, para asentarse”. Arar, hermosa palabra.
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