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Aquel día ya lo vi venir. Pedro Sánchez acababa de acceder a la presidencia del Gobierno vía moción de censura y se subió al Falcon ... oficial rumbo a Bruselas. Era su primer viaje internacional y en Moncloa decidieron venderlo a lo grande. En mangas de camisa blanca recién planchada, luciendo una fina corbata oscura y unas gafas de sol, apareció departiendo entre papeles junto a su consejero de Política Internacional, el ahora ministro de Exteriores, José Manuel Albares. La fotografía recordaba a otra muy conocida del asesinado presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy, en la misma actitud, y se distribuyó desde el Gobierno a los medios de comunicación para mayor gloria de nuestro guapo mandatario.
Esta forma de promocionar la imagen presidencial comenzó a fomentarse con Iván Redondo y ha continuado igual después de que le dieran la patada en el culo. A Pedro, por ejemplo, le encanta el look del primer ministro canadiense Justin Trudeau, un hombre que levanta tantas pasiones que hasta Marvel le ha dedicado un cómic. Siempre que puede lo imita. Asómense a su Twitter y podrán comprobar los paralelismos.
La cosa no quedó ahí. Seguro que recuerdan otras fotografías de los primeros días de la invasión rusa de Ucrania, en las que nuestro seductor gobernante volvía a aparecer en mangas de camisa y mirada de preocupación charlando por teléfono con el resto de mandatarios europeos. No se sabe si era porque hablaba con un líder de derechas o con otro de izquierdas, pero en las imágenes que se difundieron Pedro Sánchez escribía indistintamente con la diestra o la siniestra, para mayor cachondeo de las redes sociales.
Ahora, leo en un medio de comunicación que ofrece un brazo y parte del otro por una reunión con Zelensky en Kiev, solo por conseguir una instantánea que demuestre sus arrestos en estos tiempos de guerra. El presidente ucraniano no parece estar muy por la labor. Se ha entrevistado con Úrsula von der Leyen, Josep Borrell o Boris Johnson y ha rechazado hacerlo con el canciller alemán Frank-Walter Steinmeier. Los amigos de Sánchez en el Gobierno y su tibia postura ante el genocidio ruso no ayudan en nada a la consecución de tan ansiada instantánea.
El culto al ‘presi’ es tal que hasta se está rodando su propia serie, bajo la dirección de Curro Sánchez Varela. Si Sergio Ramos tiene una miniserie de televisión, ¿por qué no iba a protagonizar otra Pedro Sánchez cuando es más atractivo y habla mucho mejor que el de Camas? Bajo la excusa de conectar más al ciudadano con el centro de poder del país, a principios del año que viene, antes de las elecciones, veremos la vertiente más humana del inquilino de La Moncloa en una especie de “Ala Oeste de la Casa Blanca” pero en versión cañí.
La última del aparato de propaganda de Sánchez también tiene tela. Moncloa ha contratado a una empresa que emplea un complejo sistema de algoritmos que rastrean emisoras de radio y cadenas de televisión para controlar la imagen del presidente. Cada vez que aparezca su nombre o algún contenido relacionado con él, en apenas minutos llegará a sus responsables de comunicación. Y a mí cuando me hablan de algoritmos, me echo a temblar. No sé si habrán visto las películas “Brexit” o “El gran hackeo”. Si no lo han hecho, les invito a que lo hagan y descubrirán cómo trabaja Cambridge Analytica, una empresa experta en análisis de datos que consiguió modificar la opinión del personal en el referéndum para que Gran Bretaña saliera de la Unión Europea y en las elecciones presidenciales de 2016 en EEUU, cuando Donald Trump llegó al poder.
Si yo estuviera en la oposición pediría transparencia en este tipo de iniciativas llevadas a cabo con dinero público, porque cruzar líneas rojas en estos asuntos es muy fácil. Y, por lo que se ve, dan y quitan gobiernos.
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