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El fin del estado de alarma, y la consiguiente derogación del toque de queda y del cierre perimetral de las comunidades autónomas, nos ha vuelto a demostrar el alarmante estado en que vivimos. Y no me refiero a las edificantes imágenes de la madrugada del ... domingo pasado de una Plaza Mayor abarrotada de jóvenes al grito de “hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual”, con el que festejaron la ansiada libertad de movimientos. La insensata explosión de júbilo de la noche en la que puerilmente nos mandaron a casa a las diez para darnos rienda suelta a las doce se quedará en uno de esos abochornantes retratos para el recuerdo. Pero en nada más. Nada que ver con la continuidad de aquellas manifestaciones organizadas hace casi un año contra la gestión de la pandemia llevada a cabo por el Gobierno y que se disolvieron a golpe de apertura de terrazas, por ejemplo.

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