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Mi último encuentro con el comandante Aliste tuvo lugar tres días antes de que los cielos le llamaran, sin abrazo, como la pandemia obligaba, pero ... expresándonos la gran amistad y afecto que nos teníamos con el lenguaje de los ojos. Desde hacía años vivíamos en el mismo barrio, charlábamos en la misma cafetería y compartíamos los secretos de los tomates de la huerta. A principios de año, los de la Gutemberg de Ciudad Rodrigo nos habían reunido para celebrar a San Sebastián y, como todo lo que ellos organizan, aquel día se convirtió en uno de esos inolvidables. Terminamos la jornada cantando “La banderita”, dejándonos llevar por la batuta entusiasta de la Banda Militar de Ingenieros del Arroquia y los sentimientos más nobles; olvidándonos por unas horas de esa España desgobernada y rota a la que solo le faltaba la puntilla de un bicho para hacerse pedazos.
El homenaje que la Junta de Castilla y León le ha hecho a Juan José Aliste concediéndole, a título póstumo, la Medalla a la Defensa y Atención a las Víctimas del Terrorismo me ha llevado a recordar todo esto y mucho más. La barbarie de los abertzales era tema frecuente en nuestras conversaciones. A mí, nieta del Cuerpo, me la traía muchas veces la memoria de mi niñez y juventud: ¡cuántas lágrimas resbalando por el rostro de mi abuelo, cuánto silencio desmayado en la casa ante tanta matanza cruel e indiscriminada! A él se la recordaban los fantasmas de sus piernas, esos que arañaban cada noche las sábanas; esos que Chelo, su mujer, ha tenido que espantar con infinito amor y paciencia.
No, no les estoy hablando de sensiblerías, les estoy hablando de una historia de asesinos. Los mismos a los que Pedro Sánchez legitima sentándolos en su mesa para celebrar los Derechos Humanos, la convivencia y todas esas pamemas que se inventa para engañar a la masa y hacer creer que estamos ante un tiempo de paz nuevo. Los mismos a los que se quiere presentar ante las nuevas generaciones como mártires del Régimen o, lo que es peor, minimizando y normalizando en la escuela un pasado de brutalidad, porque las niñas, los niños y los niñes de los tiempos de perro Sánchez no han de criminalizar su alrededor o sobresaltarse por matanzas que, según explicó Otegui, «tenían derecho a hacer». Cabe recordar que el terrorista hizo esta declaración en una entrevista en directo y en hora estelar de la televisión pública, sin tener que morderse la lengua porque sabía que Sánchez le perdonaría todo con tal de poder acceder a Moncloa. ¡Ah, maldito enfermo de ambición, de inmoralidad, de egolatría! ¡No habrá cielo que te acoja sin asco!
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