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Mi último encuentro con el comandante Aliste tuvo lugar tres días antes de que los cielos le llamaran, sin abrazo, como la pandemia obligaba, pero ... expresándonos la gran amistad y afecto que nos teníamos con el lenguaje de los ojos. Desde hacía años vivíamos en el mismo barrio, charlábamos en la misma cafetería y compartíamos los secretos de los tomates de la huerta. A principios de año, los de la Gutemberg de Ciudad Rodrigo nos habían reunido para celebrar a San Sebastián y, como todo lo que ellos organizan, aquel día se convirtió en uno de esos inolvidables. Terminamos la jornada cantando “La banderita”, dejándonos llevar por la batuta entusiasta de la Banda Militar de Ingenieros del Arroquia y los sentimientos más nobles; olvidándonos por unas horas de esa España desgobernada y rota a la que solo le faltaba la puntilla de un bicho para hacerse pedazos.

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lagacetadesalamanca Al comandante Aliste. A todas las víctimas del terrorismo