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El virus nos ha hecho la pascua. Esa Pascua que acaba de comenzar en este domingo de esperada resurrección, resurrección en todas sus acepciones, y ... nos abre un horizonte de cincuenta días y sus noches para olvidar estas semanas, que merecen otra canción de Sabina, hasta el domingo de Pentecostés, allá por el 31 de mayo, en el que estaremos en plena desescalada y pensando en la piscina, posiblemente con mascarilla, volviendo a eso que Esther Vicente, periodista, salmantina, desde Canarias, describe como “perfectamente imperfecto”. A ver si ese domingo los romeros ya pudiesen acudir a Valdejimena, donde murió Cachucha y nació su romance taurino; al Cueto o a Majadas Viejas, en La Alberca, y comer los últimos hornazos pascuales en el campo, al aire libre, porque ese día lo es de romerías en la provincia, pero también en la capital, con la Virgen de la Encarnación y de la Salud en pleno protagonismo festero. Chanfaina y picadillo, avellanas, almendras garrapiñadas, botijos y tamborileros. Es lo que hay.
Este año, el coronavirus ha hecho saltar por los aires todas las tradiciones cuaresmales y pascuales, al menos como debían celebrarse y ni dios anda por las calles. Las procesiones han ido por dentro y las romerías, me temo, tendrán que ser del salón al dormitorio o la terraza, donde instalaremos una ermita. Leer a León Felipe en su “Romero solo” aquello de “que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo” se hace duro estos días y su práctica más que difícil, y mire que lo he intentado. Llevo mejor lo del Lunes de Pascua –Día del Pendón, en La Alberca—porque tengo delante el hornazo de la albercana Mari Luz Lorenzo, con el que intentaré hacerle la pascua al virus si llega el caso, que ahora todos hacemos memoria si aquel catarro que tuvimos con unas décimas fue o no del coronavirus, y vivimos con la duda de la inmunidad y la esperanza de un salvoconducto que nos dé seguridad y libertad, como a los fugitivos y espías. De momento, hasta que un test confirme lo que sea, el hornazo de Mari Luz (que los dioses te conserven la salud, maestra) forma barricada con el vino, que al ser alcohol hará algo, digo yo, y a resistir, que es lo que toca, por lo menos hasta ese domingo de Pentecostés.
En esta resistencia se hace imprescindible la lectura, siquiera porque “los cuentos son el salvoconducto que te permite traspasar el miedo”, ha dicho la escritora Irene Vallejo, y no es verdad que nos sepamos todos lo cuentos, como decía León Felipe. Salvoconductos que están en los “Episodios” de Galdós o las novelas de John Le Carré, y que forman parte de nuestra historia de sitios, desde el que nos ocasionó apoyar a Felipe V, que luego dio la Plaza Mayor a la ciudad, al francés, el cantón y la Guerra Civil. Sabemos muy bien lo que es un salvoconducto. Ahora que estoy leyendo el formidable libro sobre Galdós de Francisco Cánovas Sánchez, que nos recuerda el bicentenario galdosiano, pienso de vez en cuando qué espléndido “Episodio” hubiese hecho don Benito con esta pandemia y su confinamiento. De alguna forma, el coscorrón a Lázaro en el toro del Puente Romano fue su salvoconducto para la vida, como lo sería la osadía de Félix de Montemar para el viaje de este con la muerte. El vino lo fue para Celestina, sus paradojas a Unamuno lo fueron para hacer historia y el apoyo de la Corona para el Fernando de Rojas, de Luis García Jambrina, le permitió meter su nariz en todas partes. Los libros son salvoconductos y han inspirado a algunos. Ahora, todos esperamos que un salvoconducto nos libere de esta Pascua con hornazos, pero sin Teso de San Cristóbal, la patria chica de Álvaro Benito y José Miguel Ullán, al que ir a comerlos, aunque, estoy seguro, la Peña del Pendón seguirá ahí cuando esto pase, que está pasando y pasará.
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