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Antes de que Sigourney Weaber (“Alien”) o Gerard Depardieu (“Cyrano de Bergerac”), rodaran en Salamanca “Columbus”, y antes de que Woody Allen, ... cuyas memorias arrasan en las librerías a pesar de todo, actuase en el patio de la “Ponti” con su grupo de venerables jazzman, y viese, antes de irse, la Plaza Mayor con su hija en brazos cuando apenas estábamos media docena de personas en ella por la hora, estuvo en Salamanca Olivia de Havilland, que acaba de fallecer a los 104 años dejando su huella en la historia del cine por su papel en “Lo que el viento se llevó” (nada menos) y los dos óscar por “La vida privada de Julia Norris” y “La heredera”. Fue a finales de junio de 1954 y la ocasión fue rodar entre nuestros monumentos “La princesa de Éboli”, una figura fascinante de nuestra historia con aquel Antonio Pérez, que fue estudiante salmantino. Una película con mucha historia. Y salvo algún libro, la filmoteca y la hemeroteca nada recuerda el paso de aquella actriz extraordinaria por Salamanca, ni una placa en el hotel en el que se alojó. Tampoco quedó huella del paso de Audrey Hepburn por Salamanca junto a su marido, Mel Ferrer, que protagonizó “El señor de Lasalle”. He pensado que los lectores de estas líneas merecían el dato y el recuerdo porque la Havilland no fue una actriz cualquiera, como tampoco lo fue la “Batalla de Los Arapiles”, que se cita en uno de los episodios de la segunda temporada de “The Crown”: la reina Isabel II visita a su antiguo secretario, que despliega en ese momento una batalla con sus soldados de plomo. “¿Waterloo?”, le pregunta la Reina. “Salamanca, señora”, le responde el estirado secretario, custodio de muchos secretos de Palacio. Pero esto es otra historia. Me pregunto si cuando comiencen a trabajar las laderas de San Vicente saldrán restos del sitio de Salamanca: botones, balas, proyectiles artilleros, uniformes, huesos... Es un cerro hecho de hierro y remachado con el plomo de aquella contienda, además de digno aspirante a ser coronado banco con el título de tener la mejor vista del mundo.
Ahora que hemos conquistado las alturas con escaleras al cielo y paseos por las almenas y torres catedralicias vamos a por el subsuelo, el mundo interior, rico, misterioso, lleno de peligros y donde nada bueno habita, se dice. César Rincón, el otro día, en estas páginas nos ilustró sobre los restos sacados a la luz en el Botánico, parte de la zona cero de una Salamanca destrozada por la Guerra de la Independencia (los “Caídos”) y relatada con emoción y llanto por Mesonero Romanos en “Memorias de un Setentón”. Sé de buena tinta que la reforma del “Bartolo”, al lado, ha sacado a la luz tesoros ocultos, que hoy están en manos de los arqueólogos, más bien arqueóloga. La reforma del edificio ha dejado el viejo vítor de don Fernando Lázaro Carreter, al que citaba el sábado Don Estella. Esta zona cero merece planos y recreaciones, rutas especiales para no olvidar lo que perdimos. Pero no muy lejos, el subsuelo de la Catedral es otro territorio para explorar y podríamos seguir.
En los últimos años nuestros guías han hecho esfuerzos por diseñar rutas y paseos temáticos, diferentes, y sugiero que con material digital y analógico se podría hacer una ruta de cine por Salamanca, que incluyese espacios de aquella “Princesa de Éboli”, que trajo a Olivia de Havilland a Salamanca.
P.D. Felicidades a nuestras Martas en tan señalado día: Marta del Pozo, profesora; Marta Robles, escritora; Marta Timón, artista y científica; Marta Sánchez, empresaria; Marta Eguía, doctora; Marta Labrador, concejala de Santa Marta; Marta Domínguez, deportista... En fin, qué pena que tengamos que celebrar a San Marta de estas maneras por la pandemia. A ver si se la lleva el viento o la enterramos.
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