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Como en todos los cierres de ejercicio, al finalizar el año echamos la vista atrás para hacer un somero balance que, en esta ocasión, es ... más bien triste. Y lo es, fundamentalmente, por la pandemia que nos ha azotado casi desde sus inicios y por las dolorosas repercusiones que su demoledor engranaje ha ido desgranando a lo largo de los meses. Entre los casi seiscientos contactos de mi agenda electrónica hay una media docena de caras próximas -allegadas se diría ahora- que debería borrar, pero me falta valor para hacerlo. Puede que a muchos lectores les suceda lo mismo. Ves en el perfil la foto de la persona, sigues la ristra de conversaciones mantenidas acaso durante años y te niegas a asumir que el virus ha acabado con esa vida, que ya no va a responder a ningún mensaje tuyo. Sin embargo, me resisto a eliminar el contacto
Cuesta mucho dejarse llevar por ese espíritu navideño que se empeñan en inocularnos con machaconas cantinelas angelicales sonando por calles, plazas y grandes almacenes. Hemos caminado al borde del abismo, cual funambulistas a la espera de que alguien coloque una red, la de la vacuna, que al fin llega hoy. Dice un colega, catedrático de Farmacia, que en este momento hay ya cincuenta y ocho vacunas en fase clínica. Esperemos que alguna de ellas, o todas, den en el clavo, porque durante demasiado tiempo nos hemos estado deslizando por el alambre de las medias verdades, las completas mentiras y las falsas esperanzas. Este ha sido un año de incontables lamentos, tristes nostalgias y escasas ensoñaciones; un año por el que hemos transitado medio aturdidos dando tumbos entre el discurso escéptico y el pesimista, entre la supervivencia y la desobediencia, entre la resignación y la cólera, entre el llanto contenido, el miedo, la zozobra y la rabia a flor de piel.
La confusión y el desbarajuste en las normativas que las diferentes taifas han promulgado para estas fechas no han hecho más que sembrar dudas e incertidumbres entre los ciudadanos. La tensión emocional derivada de las restricciones perimetrales, del número de comensales pertenecientes al mismo “núcleo convivencial”, los horarios, ventilaciones, brindis y demás riesgos de contagios nos recuerdan a una ruleta rusa con la bala del virus lista para ser disparada.
Aun así, recibamos el año con confianza. Traerá, entre otras cosas, nuevas telenovelas de factura turca. Por lo visto, los turcos han desplazado aquellas ñoñerías venezolanas que ocupaban con sus interminables culebrones las tardes indolentes de tantas gentes ociosas. Dicen que en estos lacrimógenos seriales no hay escenas de cama ni tampoco besos a tornillo. No están los tiempos otomanos como para pulsiones eróticas en la pequeña pantalla. En fin, sursum corda y Feliz Año hasta donde se pueda y nos dejen.
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