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Hay una calle estrecha y corta que une la de Meléndez con la Plaza de San Benito que se llama calle de las Velas, que ... vaya usted a saber. La de Meléndez, cuando el escritor vivía en ella albergaba forjas, y San Benito, era plaza principal, cabeza de uno de los bandos salmantinos, y hay quien dice que en la calle había vigías y bujías vigilantes. Lo que no tiene es portales. Otra calle, esta más larga, estrecha en un extremo y ancha en el otro, como un ataúd, tenía un crucificado, un Jesús, dice Espronceda, iluminado por una lámpara. O una vela. Una candela. La devoción por la Inmaculada llenó la ciudad de cuadros, imágenes, altares o baldosines iluminados también por velas o lámparas en una ciudad que era como una boca de lobo. Conté hace poco la ordenanza que obligaba a salir por la noche con antorcha a la calle por seguridad. Aunque parezcan cosa de otro tiempo, las velas continúan hoy empleándose y fabricándose en Salamanca. El culto católico recibe en la Iglesia al bautizando con un cirio y de igual forma lo despide después de haber apagado unas cuantas velas en los cumpleaños. Que levante la mano al que no se le caían las “velas” de pequeño por el frío o un catarro. También el que no haya puesto una vela a Dios y otra al diablo, por si acaso. El refranero nos recomienda precaución recurriendo a las velas: ten siempre una vela encendida por si otra se apaga.

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lagacetadesalamanca A la luz de las velas