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Llegados a este momento crítico de disfunción humana, no me preocupan los virus “convencionales” lo más mínimo. Pobres seres en busca de un hogar. Me ... preocupan mis congéneres, aunque puede que el raro sea yo, con un cerebro sin derretir por la televisión y aún permeable a la novedad, al conocimiento, al éxtasis de la vida, al paisaje, a la música, al recuerdo de Sylvia Plath, o al sonido celestial de una moto de cross de 2 tiempos. Todo me hace feliz, me motiva y me excita, menos el virus de la imbecilidad, imposible ya de detener. No mata, pero abrasa las mentes con la fuerza de un trillón de kilotones radiactivos. Y no puedo, les prometo que no puedo con lo que está ocurriendo: los jóvenes, los negros, los blancos, los niños de papá, los liberticidas, muchísima gente se ha vuelto completamente loca. No sé si son los chinos o los rusos los que nos han puesto algo en la bebida, pero este nivel de majaras, resentidos y reprimidos no es normal, y vamos, no a un cambio de sistema, sino a la destrucción del mismo, a nuestra destrucción. Occidente está totalmente en coma, y nadie, ni sus gobiernos ni sus ciudadanos (muchos de ellos, demasiados), son conscientes de su estado de locura, borrachos de ignorancia, drogados por un odio que corre como la pólvora, da igual ricos que pobres, fracasados escolares que doctores. Es la guerra contra nosotros mismos, un suicidio colectivo, ¡viva el rencor!

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lagacetadesalamanca A Colón, ¡ni tocarlo!