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CUANDO salga este artículo que escribo justo el día previo al 8M ya será 9M y habrá pasado el Día de la Mujer. Y solo ... espero que, en ese día, hayan llovido las reivindicaciones desde los mil y un lugares seguros que recomienda la pandemia, y que el discurso del Ministerio de Igualdad y de Irene Montero, de “señalamiento del feminismo”, no hayan impedido que nos centremos en lo importante, en vez de caer en la tentación de hacer caso de sus eslóganes, dirigidos a conseguir un rédito para su partido. También desearía que hoy, día 9, no olvidáramos que hasta que no llegue el día en el que no tengamos día ni nos toque reivindicar en manifestaciones callejeras o en foros pequeños y en balcones y redes, todos deberán de ser considerados como el Día de la Mujer en nuestros corazones. Solo de ese modo saldremos a la calle con el ánimo intacto de seguir trabajando por la igualdad, como tantas lo llevamos haciendo desde hace tantos años, con resultados de los que nos sentimos orgullosas, y como lo hicieron otras mujeres anteriores a nosotras, en años aún más difíciles, y sin cuyos logros jamás habríamos llegado donde estamos. Y como no, querría que se dejara de hacer política en nombre del feminismo para aprovechar el peso que tiene el movimiento y que se hiciera política para hacer la realidad las demandas de las verdaderas feministas, que son todas aquellas mujeres que saben que el feminismo real no puede pertenecer a ningún partido ni tener ninguna ideología, porque debe amparar a todas las mujeres, independientemente de sus diferencias, condiciones, credos o situaciones.

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