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En la tahona, en el almacén de fruta, en la esquina de los encuentros vecinales, en la taberna... allá donde vayas, de detrás de la ... mascarilla, sale el mismo lamento: ¡Maldito 2020! ¡Ojalá termine pronto! Y en ello estamos. Todos queremos abandonar aprisa las coordenadas de un tiempo inenarrable que, tal como decía ayer Román Álvarez en su columna de LA GACETA, se ha llevado la vida de parte de nuestra agenda de contactos. Vidas que han debido emprender su viaje a la otra orilla de la noche sin el abrazo y el adiós de los suyos, sin honras fúnebres, desapareciendo su nombre en un cómputo estadístico que los medios convertían aprisa en diagramas de barras y otros gráficos de datos. 2020 nos deja con el hipo ahorcado en la garganta y las emociones en una noche oscura, al borde del colapso. Toda nuestra esperanza está en la vacuna para recuperar salud, economía y fuerza. Esperanza para volver a poner en vivo el provechoso carrusel de la Cultura, ese pálpito que es seña de identidad de Salamanca y de sus gentes: música, escena, conferencias, libros... ¡qué ganas de salir de este letargo!

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