El verano de los cincuenta en Zorita de la Frontera

Los trabajos de la siega y la trilla y los primeros episodios amorosos, recuerdos de una época que no volverá

David Rodero

Lunes, 13 de julio 2015, 18:45

La siega de los veranos agrícolas de los años cincuenta se realizaba manualmente, con la hoz, llevando el segador la protección con los “dediles de cuero” en la otra mano. Las mieses cortadas se colocaban en el cerro, en la dirección contraria del compañero, que le seguía en el tajo, formando el haz atado con un nudo especial, que facilitaba el desatado en la era. Los haces, ordenados en las parcela, se cargaban en el carro, con una persona subida y otra, “el hacero”, los aportaba con una horca metálica con cuatro dientes y un mango de madera de dos metros de longitud, aproximadamente. Primero colocaba los haces en cada uno de los “cuatro estacones”, dos o tres en los laterales y el mismo número en las partes anterior y posterior y, en el espacio del centro, uno o dos más. De esta manera se formaba una planta o “vueltas ascendentes”, que hacía que cuando el carro estaba cargado tuviera forma circular lateralmente y plana por delante y por detrás La trilla en la parva se realizaba con dos o tres trillos, tirados por parejas de mulas o bueyes. Esta actividad no requería un esfuerzo físico, pero no estaba exenta de dureza por tener que soportar y aguantar varias horas en los momentos de más calor del día y el polvo, que siempre estaba presente. La parva se tornaba periódicamente, con “horcas” de madera de dos o cuatro pinchos. Al final de cada jornada y a última hora de la tarde, las mieses trilladas se recogían con una “cañiza o rastro”, acumulándola en un espacio de la era, que aumentaría los días siguientes, formándose “los montones”. Finalizada la trilla, comenzaba “el aventar”con el bieldo, de madera ligero y de fácil manejo, para lanzar “contra el viento” una porción de la mieses trilladas para separar el grano de la paja. Cuando no había viento, la limpieza la realizaba la “máquina aventadora”, con un sistema de aspas que al moverse manualmente con una manivela, y más tarde con motores acoplados, impulsaba el aire en las cribas que accionadas, seleccionaban el contenido depositado en “la tolva”, saliendo el grano por la parte delantera y la paja por detrás. Los costales se llenaban con la “media fanega” que tenía una lengüeta para facilitar la introducción, el paso siguiente era el transporte a “las paneras”, con el carro agrícola. Para el trasporte de la paja de la era a los pajares, se necesitaba realizar algunas modificaciones en los carros, se colocaban dos tableros laterales de un metro de altura y dos redes, una anterior y otra posterior; se empleaban en esta actividad “los garios”, parecidos a los bieldos, aunque de gran efectividad por su capacidad de llenado. Un capitulo gastronómico importante era la preparación de las comidas para los mozos y segadores: el desayuno era una copa de aguardiente, a mediodía, el cocido con la sopa, los garbanzos y las viandas, (chorizo y tocino) y algo muy importante, el vino, que era la energía que les mantenía y les hacia trabajar en las jornadas interminables de la siega bajo el sol de Castilla. La abuela tenía unos botijos redondos de barro y de color rojo que parecían balones de balonmano, con el pitorro de llenado y a los lados dos orejas perforadas, donde se colocaba un cordel que les hacía manejable. Cada segador o mozo tenía el suyo. Durante la recolección veraniega, los domingos no eran “fiestas de guardar”, era importante el recoger los cereales antes de que una tormenta de granizo se llevara parte del fruto, tan esperado durante todo el año, pero si debíamos cumplir con la obligación de la misa, que era a las doce de mediodía. Las mujeres se colocaban en la mitad anterior de la Iglesia, con sus reclinatorios, y los hombres en los bancos posteriores, debajo del coro y delante de la pila bautismal, con el frescor de la Iglesia y mientras Don Arturo decía la misa en latín y de espaldas y el sacristán, que se llamaba Secundino, tocaba el órgano en el coro y cantaba la letanía. A las primeras de cambio, el sueño, había hecho mella en los asistentes, despertándose cuando oían el “ite misa es”. Este rato de descanso creo que estaba bendecido por San Miguel Arcángel desde la peana del altar, a la derecha, donde estaba colocado y de donde bajaba el 29 de Septiembre, para recorrer las calles del pueblo en procesión. Había tres días festivos en el verano: 29 de junio, San Pedro; 25 de julio, Santiago, que era el patrón de España y la fiesta mayor y el 15 de agosto, La Virgen. Después de la misa mayor, se tomaba el aperitivo, la siesta postprandial era de larga duración y al final de la tarde había en el juego de pelota alguna competición entre los mejores pelotaris del pueblo. Y el público visitaba el cercano bar de Pablo El Mono. El bar de Ángel, por su situación en la Calzada, era visitado por los jóvenes durante los paseos. Tenía un salón, con mesas y sillas, para las partidas de dominó o de cartas, o pasar un rato de tertulia con los amigos tomando “unos vinos”. No era muy frecuente ver a las mujeres en estos locales. El de Rafael era el más ‘cutre’ de los tres, pero tenía la clientela de más poder adquisitivo del pueblo, los llamados “señoritos”; a la entrada había una habitación de reducidas dimensiones y enfrente la barra de poco más de un metro de longitud y, curiosamente, el lugar más distinguido era la cocina de la casa, donde podíamos estar tomando unos vinos al lado de la Cleta (la mujer de Rafael) que estaba atizando los pucheros de la comida, pero el trato era familiar y siempre estábamos a gusto. Este era el verano en Zorita de la Frontera, municipio de la comarca de la Tierra de Peñaranda, en la provincia de Salamanca, en la década de los años 1950-60, cuando tenía 859 habitantes como censo fijo, superando esta población en el verano por la llegada de los temporeros para la recolección de la cosecha. La mecanización del campo, después de la concentración parcelaria, hizo que una sociedad agraria pobre encontrase una salida en la emigración de los años sesenta. Zorita tiene actualmente 210 habitantes, con distribución equitativa al 50% entre hombres y mujeres. Han desaparecido los veranos de mi juventud en los cincuenta, los segadores, el acarreo con los carros cargados de miéses, la trilla en las eras, y también los pocos días festivos del verano, los paseos al atardecer por la Calzada del pueblo hasta el pinar de Decoroso, en el camino de Palacios, pasando por el caño del agua, los partidos de pelota en el frontón, y nuestros primeros episodios amorosos de la juventud, que allí se quedaron y que no han vuelto nunca.Para leer más noticias enviadas por los vecinos de Zorita de la Frontera pulse aquí.

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