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Todavía me zumban los oídos... «Oye, ¿cuál es el nombre de la árbitra, que como es nueva?», se han atrevido a preguntarme impunemente algunos de los señalados en el acta de la vergüenza. Como si con ellos no fuera la vaina; como ese vecino que baja al portal de su casa al ver a las fuerzas de seguridad y la prensa arremolinada atendiendo un crimen machista para preguntar qué pasa. No, qué pasa con usted: ¿de verdad nunca escuchó nada?, su vecino era una manzana podrida. Y, en este caso (queda bien claro en el acta), que en el Genci había varias.
Negar o dudar lo que describe la colegiada es justificar la violencia hacia las mujeres. Preguntar su nombre, la última humillación a la víctima. ¿De verdad que no hay nadie al que le interese más saber quién le dijo puta con la justificación de que estaba pitando «mal» en un partido de niños de 8 y 9 años, que cómo se llama? Los verdugos, esas manzanas misóginas, son las que han dejado a altura del barro a los otros padres, a sus clubes y a los valores del deporte que dicen (yo sí les creo) tener. Ya está bien, cuáles son sus nombres.
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