Roberto Pescador, presidente del Unionistas, con el maillot del club en el alto de Jaizkibel, por el que pasó el Tour en su segunda etapa.

'Le Tour' del presidente del Unionistas por las cumbres míticas

Roberto Pescador sigue en paralelo a la ronda gala en sus primeros 6 días. «La experiencia ha sido única», dice tras subir el Tourmalet, Luz Ardiden o Hautacam

Iván Ramajo

Salamanca

Martes, 11 de julio 2023, 18:56

El adiós a Los Pirineos del Tour de Francia dio pasó a la jornada de descanso de ayer del pelotón; y al final de una experiencia «inolvidable» para el presidente del Unionistas, Roberto Pescador. Que en mitad de la batalla del mercado de fichajes se ha echado la bicicleta al 'hombro' para, en paralelo a la 110ª edición de la ronda ciclista más importante del planeta, rodar por algunas de las cumbres más míticas del ciclismo mundial. Ninguna se le resistió, por cierto. Ni el Tourmalet ni Luz Ardiden ni Hautacam.

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«Ha salido todo súper bien», que es lo que le gustaría decir al final de su primera temporada completa como máximo dirigente del club del Reina Sofía. En total ha recorrido 302 kilómetros con un desnivel de 5.900 metros, «que es lo que más cuesta y lo que más valor tiene», aclara. En total ha 'acompañado' al Tour las seis primeras jornadas de competición. Desde Bilbao hasta Cauterets-Cambasque. «En principio todo esto lo iba a hacer con un amigo, pero justo el pasado lunes empezaba en su nuevo trabajo y... Al final un día lo he hecho con unos ingleses, he estado con unos chicos de Salamanca, que me reconocieron, con gente de Manresa y el último día con una pareja de alemanes con los que viví una etapa inolvidable», explica antes de abrir de par en par su cuaderno del bitácora: «Salí del País Vasco con la idea de seguir el Tour en su paso por Los Pirineos y hacer en paralelo ascensiones míticas como el Tourmalet o Luz Ardiden. La primera jornada que hice fue la del sábado, donde estuve en Bilbao viendo la salida, el domingo por la mañana cogí el coche y con la bici en el portabicis me fui hasta Irún para ver el paso por Jaizkibel, cima que subí y que luego retrocedí dos kilómetros para ver pasar por allí el pelotón. Ese mismo día ya crucé a Francia, me alojé en Luz-Saint-Sauveur, justo al final del valle, porque de allí salen las carreteras hasta el Tourmalet o Luz Ardiden y si vas para atrás tienes Cauterets...». Y, exactamente ahí, en ese valle icónico, dio el pistoletazo de salida a su particular 'Le Tour' de cuatro días y cuatro ascensiones a cumbres míticas.

Junto a 'Octave', el monumento gigante al ciclista que corona el emblemático Tourmalet vistiendo el maillot de jóvenes del Giro.

«El lunes por la mañana subí el Tourmalet», enfundado en el maillot de los jóvenes del Giro de Italia, «me hice 18 kilómetros y estuvo genial, es una subida súper bonita, que es dura, pero no tiene grandes rampas, toda la carretera está entre el 8 y el 10 por ciento. Por eso, aunque es muy largo, se sube bastante bien pese a que yo soy alguien que, aunque le gusta, no tiene tanto nivel. Al hacer cima me tomé un café y un bocadillo y bajé por el otro lado, donde están todos los chalés de la nieve y pasé por sus míticos túneles». Un día después se ajustó el del líder de la ronda italiana, la 'maglia rosa', y se dispuso a subir Luz Ardiden: «Lo hice por su única vertiente, porque es una estación de esquí, está sí que fue una ruta bastante dura, que además se hizo más porque a dos kilómetros de coronar se bajó la niebla y no se veía nada, me queda el recuerdo de una foto con la señal».

Testigo del 'Vingegaard-Pogacar'

«El miércoles me cogí el coche y me fui desde Luz-Saint-Savuer, por una carretera de montaña de 40 kilómetros que se hace eterna porque es estrecha y hay mucha bici, hasta Eaux-Bonnes», sin saber que se iba a encontrar el premio de disfrutar en vivo y en directo de la guerra sin cuartal entre el líder Vingegaard y Pogacar. Antes de todo eso, «cogí la bici hasta Laruns, donde acababa la 5ª etapa, subí el Marie Blanque, y luego me coloqué para ver la etapa justo donde Vingegaard atacó a Pogacar, fue genial, no he visto a nadie en mi vida en directo ir más rápido en una subida así. Pogacar parecía que venía mal, muy quemado, ¡y resulta que hizo un minuto menos en esa ascensión que cuando ganó el Tour! Cuando pasaron todos volví hacia el coche». Tocaba asimilar todo lo vidido, y aún no no sabía que faltaba la traca final. Llegó el jueves. «Me levanté y me fui a Hautacam, la cima donde en el año 96 Riis destrozó a Indurain. Es una carretera que no me gustó nada, muy dura, el asfalto es muy malo y la bici se pega a la carretera y parece que no avanzas. Y, encima, cuando quedaba un kilómetro para llegar se bajó la niebla. Como salí pronto, acabé a las 12 y entonces me hice la subida a Cauterets-Cambasque, que es una ascensión en herradura, allí me coloqué a 2,5 kilómetros de la meta y vi la etapa con unos chicos alemanes en su teléfono. Fue espectacular porque cuando empezó la ascensión, aparte de que algo se veía, subía ese rumor que cada vez es más grande y te dice que algo viene. Como la retrasmisión llevaba unos 20 segundos de retardo pasamos de ver que Vingegaard y Pogacar iban juntos a ver que no, que Pogacar justo acababa de atacar cuando se metía en nuestra herradura. Esa espera fue genial, porque además unos 20 o 30 chavales franceses habían montado una gran fiesta con música, había mucho, mucho ambiente. Y, como remate, los corredores bajaron por donde nosotros también lo hacíamos. Iban con silbatos avisando que pasaban. Pedalear junto a ellos fue la leche». Y algo más: «La experiencia ha sido única, siempre he sido muy fan del Tour, especialmente cuando era pequeño. Bajando el Tourmalet me acordaba del descenso de Indurain del 93 cuando cazó a Rominger, en Luz Ardiden se me iba la mente a Cubino...».

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