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Uno de los mejores equipos que uno recuerda en esta tercera categoría del fútbol nacional fue aquella Real Sociedad B con Xabi Alonso al frente (la contundencia de su triunfo en agosto del 2019 en Las Pistas dejó un poso capaz de traspasar el paso del tiempo; y también de las catástrofes). La misma categoría que tenía el técnico tolosarra dentro del terreno de juego supo imprimírsela a sus pupilos ya sentando en banquillo hasta alcanzar el hito de ascender a la Segunda División.
Cuatro temporadas ya de aquello... De la época de la Segunda B. Y, sin embargo, ese perfume de fútbol caro sigue habitando en Zubieta, aunque ninguno de aquellos jugadores y ni mucho menos el técnico sigan en la cantera donostiarra. Sin embargo, la directiva blanquiazul ha tenido el acierto de seguir transitando por esa veta abierta por el campeón del Mundo (ahora en la Bundesliga dirigiendo al Bayer) para su cantera. Sergio Francisco ahora está al frente. Y su equipo mueve el balón a una velocidad como pocos equipos en este Grupo 1 de la Primera Federación. Esa idea fija mete al rival en una especie de callejón sin salida, en el que asumes jugarle de tú a tú —con todos los riesgos que ello conlleva— o te proteges agazapado tras la mata. Dani Ponz, estaba claro, iba a aceptar la apuesta mayor.
Y a los doce minutos, como respuesta, le cayó el primer gol en contra de la temporada a su equipo, que pudo haber sido dos minutos antes si Caharrón no se viste de superhéroe para ganarle el mano a mano a Azkune. 120 segundos después ya no pudo hacer nada. El zambombazo enhebrado al rebote ganado por Pablo Martín de Gorrotxategi fue sensacional. Imparable. Por la mismita escuadra.
El «gooool» en contra dejó sonado a Unionistas; que no se esperaba verse tan pronto por detrás en el marcador. O eso parecía. Y así la Real Sociedad B comenzó a tejer un fútbol de pocos toques, pero tan bien elaborado. Pablo Marín por el costado derecho era un filón. Azkune emparejado con Erik Ruíz hizo lo que quiso. Y, entre una cosa y la otra, Cacharrón tuvo que aparecer para taparle un remate zurdo al delantero de Rentería.
Tuvo que pararse el partido dos veces (por molestias del meta gallego y por la pausa para la hidratación) para que Unionistas cogiera algo de aire y se ubicara sobre el tapete de Zubieta. El balón parado también vino a sumar. Un balón puesto ideal por Ekatiz Jiménez lo prolongó Erik Ruiz, lo siguió Slavy y lo remató con toda la intención Losada. Ayesa apareció salvador. Su parada fue tan descomunal como lo había sido el gol de su equipo 20 minutos antes. Con la dificultad añadida de sacar ese balón con una sola mano.
Del primer tiempo quedarían dos ocasiones más con el partido convertido en un intercambio de golpes —Camus se llevó un codazo en la cara de Jon Martín que De Haza ni sus asistentes vieron—, una para cada equipo: Azkune de falta para la Real B y Erik Ruiz de cabeza, para Unionistas.
Llegados al tiempo de descanso, Dani Ponz aprovechó para reescribir el guion. Desechó el cuerpo a cuerpo planteado y dibujó una segunda mitad más farragosa; menos limpia, en busca de encontrar el empate. Y acertó. La respuesta casi inmediata al nuevo plan del preparador valenciano fue cortar de raíz el fútbol chispeante del filial de la Real Sociedad que tanto daño le hacía a su zaga (asentado cuando en el minuto 60 de partido accedieron al terreno de juego Nespral y Ramiro, suplentes por tercer choque seguido).
Y, para seguir, con ocasiones hasta lograr el punto final. Carlos Giménez pudo evitar que el empate agónico hubiera llegado mucho antes en un nuevo balón parado, pero su cabezazo no encontró portería. El disparo de Losada a renglón seguido tampoco. Se pidió penalti con insistencia sobre Teijeira, pero la colegiada no atendió a la reclamación y Unionistas se fue retorciendo en su propio enfado (con razón) hasta parecer claudicar… Pero, evidentemente, no iba a ser así. Ni mucho menos.
El tándem de capitanes formado por Nespral y Ramiro dieron su enésima lección de resistencia (la primera a la hornada de jugadores aterrizados este verano) en la última jugada del partido, que, cómo no, se deletreó a balón parado. El asturiano dibujó un centro perfecto al corazón del área para que el central aragonés diera un golpe sobre la mesa (tanto del partido, como de su temporada) y mandara su testarazo, inapelable, al fondo de la red, rescatando un nuevo punto (el 5º de 9 puestos en juego) sobre la bocina (1-1).
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