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Ni uno sólo de los que conocimos a Diego Chávez, al Puma, hemos podido resistir la tentación de acabar sonriendo recordando la suya: tan particular, tan grande, con ese flow que le daba el aplaudir en plena carcajada. El Puma era la picardía en persona. ... El Puma era un tipo que caía bien. El Puma era así, un delantero con la astucia y la indisciplina que le dieron las horas de calle cuando niño «para comer»; capaz de hacer rugir al Helmántico; de decirle «no» a Lolo Escobar cuando todos le decían «sí»; pero, sobre todo, de tener por rutina detener el coche del compañero que fuera al volver de los partidos para comprar una cerveza, porque tenía que celebrar su gol o «para ahogar penas, güey».
Puma, como no podía hablar oficialmente con este diario por el veto absurdo al que nos sometió a todos el club, nos contó su vida off de récord. Entera, de cabo a rabo. Un relato durísimo que acababa con sus hijas en la boca y una sonrisa en la cara. Un lateral que acabó metiendo goles. Una persona humildísima a la que no le gustaba tener dinero porque nunca lo había tenido y que nos pedía salir en las fotos porque su riqueza era hacer amigos. «Eh, que soy Puma, el de LA GACETA», les decía.
Al Puma le hacía tanta gracia y tanto bien verse en el periódico que fue capaz de ponerse ese nombre para hablar con la mismísima RFEF. «Es que me habéis hecho la vida más fácil». Sonreí igual que ahora recordándolo. Desde tu GACETA, hasta siempre Puma.
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