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José Mozo recuerda que cuando él era pequeño, solo en Santiz había 500 burros «y lo eran todo. Todo el trabajo duro lo hacían ellos y era impensable vivir sin el burro». José cuenta que con ellos labraba la viña, la huerta, trillaba, sacaba agua de la noria, llevaba el estiércol para las tierras... «Su importancia era tan grande, que quien no lo haya vivido, no puede darse cuenta», añade. «Todos en el pueblo teníamos burro», recuerda José. En su familia había dos «que era lo que necesitabas para el arado, la pareja. Ahora hay ganaderos pero antes la economía era de subsistencia, de tener lo justo para comer, con algo de trueque». José recuerda que en Santiz había un burrero, que se encargaba de juntar los burros de todos en el prado cuando no tenían trabajo.
Cuando José se jubiló, a los 60 años -era policía local en Benidorm «me fui porque éramos muchos y en el pueblo no había para todos»- decidió la vuelta a sus orígenes. Compró una casa, alquiló unas tierras y decidió comprar tres burras de raza zamorano leonesa. Eligió esta raza «por lo bonitos que son» y también porque está en peligro de extinción, de ahí también que se hiciera socio de esta asociación. Eran tres burritas de 10 meses y cuando cumplieron los tres años, llevó al garañón. Parieron las burras con 4 años y a los 5, de nuevo, y ahora tiene en Santiz las tres burritas con sus tres buches y el burro.
Arrendó dos hectáreas donde tienen agua y un lugar para cobijarse y en las temporadas en las que está fuera, se ocupan amigos del pueblo. «En el pueblo aún la gente nos pagamos con favores», dice.
José tiene la intención de tener siempre 7 burros y, como ese es su objetivo, y el de que vuelvan los burros a los pueblos, ya ha regalado buches a vecinos. Y ahora quien va a Santiz tiene como uno de los atractivos ver los burros de José. «Todo el mundo va a verlos, entonces charlas con ellos y te facilita el contacto con el resto de ganaderos y de vecinos», cuenta encantado. Solo recomienda a los niños que tengan cuidado y que no se acerquen por detrás de los animales porque les pueden dar una coz. De sus burros dice que son «muy cariñosos» y que, aunque lo normal es que los burros sin castrar sean más peligrosos que las burras, en su caso son todos muy dóciles, pero especialmente el macho. «Lo que no hay que olvidar nunca es que son animales», dice.
José no se queja del coste de tenerlos porque a él, que ha vivido 38 años en Benidorm, le parece hasta barato. En su caso paga unos 1.000 euros al año de renta por ese prado y calcula que otros tantos se lo gasta en comida para los animales. «En primavera y otoño se mantienen con la hierba y si vienen años como este, tan secos, les tienes que ayudar con forraje o avena. Luego lo tengo bien preparado para que estén bien».
Su preocupación ahora está ahora en si los burros viven más años que él. Él recuerda que cuando estaban tan trabajados, la esperanza de vida de estos animales no iba más allá de los 30 años pero ahora, con otra alimentación, más cuidados y vida descansada, llegan fácil a los 40. «Me da un poco de miedo que vivan más que yo», reconoce.
«Lo que pretendo es que no desaparezcan los burros», dice. Y esa felicidad que le da verlos y remontarse de nuevo a su niñez. «Es una alegría muy grande», dice José. Es feliz.
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