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Según el Museo Nacional de Ciencias Naturales, la aceitera común es «un escarabajo venenoso» cuyo nombre científico es «Berberomeloe majalis», unos «coleópteros de la familia Meloidae» que «son capaces de sintetizar cantaridina, un veneno muy tóxico al que se le atribuyen propiedades medicinales e ... incluso afrodisiacas, lo que ha provocado muertes en los países donde vive la familia».
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Belén Hernández
En diversas zonas se le conoce como carraleja, matahombres, cura o, en la comarca de Salamanca, como tabernera.
Para reconocerlo a simple vista, este escarabajo presenta un cuerpo muy similar al de otros de su familia sólo que con un abdomen alargado y fusiforme que suele presentar rayas transversales rojas, aunque desde el Museo advierten que parte de ellos ya han perdido esta coloración, lo cual no implica que no existan «diferencias en cuanto a la cantidad de cantaridina que producen los individuos con y sin rayas».
Es fácil verlos en esta época del año ya que es cuando se reproducen, y el hecho de que sean tan llamativos indica que no debemos tocarlos, ni (aunque a la mayoría no se le pase por la cabeza) ingerirlos.
Según un artículo científico de Cortés-Fossati, «Un primer acercamiento al estado de conservación de las poblaciones de Berberomeloe majalis», este escarabajo «habita en vegetación mediterránea esteparia, prefiriendo pastos campos de cereales, claros de matorral y bosques, comunidades de estepa y tierras semidesérticas.»
En caso de comerlo puede provocar un daño en los riñones que puede llegar a ser letal, y si la tocamos, su veneno nos irritará la piel hasta el punto de poder generar vesículas cutáneas.
En cuanto a su nutrición, «se alimenta de diversas plantas» en su estado adulto, ya que cuando son larvas necesitan parasitar a las abejas para desarrollarse, indican también en el artículo.
Distinguir a los machos y a las hembras es fácil, ya que estas son de mayor tamaño. En primavera es común ver al macho perseguir a la hembra mordisqueando su abdomen para cortejarla.
Al ser venenoso, este insecto presenta pocos depredadores, ya que, además, su peculiar color rojo advierte a los animales de su peligrosidad. Sin embargo, algunas aves han desarrollado inmunidad a este componente tóxico, el caso más curioso es el de las avutardas, que incluso se aprovechan de las propiedades medicinales de la cantaridina, ya que tiene una «potente eficacia antibacteriana y antihelmíntica», según relata la cuenta de Instagram 'threenatura' en los comentarios a un vídeo dedicado a este animal.
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