

Secciones
Destacamos
Luis cree que cuando él se jubile, serán poquitos o casi ninguno los encargados que vivirán en la finca, como hace él. Su caso reconoce que es peculiar. Su padre tenía 67 años cuando él nació y eso, unido a que la vida del padre era de trabajo por fincas y que no se jubiló hasta los 82, llevó a que Luis González se criara con familiares del pueblo (Santa María de Sando), que eran herreros. Así que primero trabajó en lo que fue herrería, luego cerrajería y, más tarde, taller. A los 14 años montaba las máquinas de segar. Después, se fue de jardinero y, con 17, a Cantalpino, donde trabajó con vacas. «No había cercado para guardarlas, así que te salías con ellas por el campo», recuerda.
Luego fue a la zona de Topas, a la que es la finca de Sergio Galán. «Había jaras y malezas de más de 2 metros y la limpiamos». Volvió al pueblo a la cerrajería y de ahí, a la mili, en la Legión, y luego, vuelta al taller y fue entonces cuando encontró el trabajo en la finca en la que está. «Mi hermano trabaja aquí (finca El Alcornocal, de Garcirrey-Sando) y el señor necesitaba un obrero. Yo me caso el 26 de junio y el 1 de julio de 1982, estábamos en la finca y aquí sigo. Vinimos recién casados y tuvimos un hijo y una hija. Como queríamos que los hijos estuvieran con nosotros, mi mujer se sacó el carnet para llevarlos al colegio a Garcirrey, que está a 4 kilómetros». Cuando llegaron a la finca él tenía 25 años y su mujer, 19. «Ahora se casan con todo preparado pero antes no tenías nada y así disponíamos de una casa donde vivir».
Ahora tiene 67 y le falta un mes para los 68. Su experiencia hace que sepa hacer todas las labores necesarias para la finca «porque lo mismo tienes que cuidar el ganado que arreglar un apero, levantar una pared de piedra o arreglar un alambrado», explica.
Trabaja en 630 hectáreas, con cerdos y vacas (unas 180). «Sobre las 8 salgo ya con el remolque y el tractor para llevar la comida a los animales; a las 11 o así regresas, comes algo, y sales a arreglar cosas. Si llueve, avanzo en la fragua». Tiene el ganado en 10-11 cercados, con «4 ó 5» tropas de 40 ó 50 «y es lo que recorres. Si cuando vas a echarle, ves que la vaca va a estar de parto, a lo mejor la traes al embarcadero. Con los animales todo es trabajoso porque hay semanas que a lo mejor tienes 2 ó 3 partos y no me ha hecho mucha falta el veterinario para sacar a los animales».
Sí la necesita para poner el crotal a terneros nacidos. «Paren en el campo y cuando la vaca te ve, esconde al ternero. Algunas incluso ven que buscas y se van detrás de ti, pero para confundirte. Total que dices, está parida, mamada, ya veré al ternero porque es difícil encontrarlo. Cuenta que una vez llevó al ternero al remolque para ponerle el pendiente de identificación «y la vaca subió allí con sus 4 patas y eso que tiene 1,10 de altura. Yo el crotal no lo pongo solo porque ha habido gente pateada por la vaca y no expongo mi vida así. A los animales los conoces, pero no te puedes fiar».
Otro susto lo tuvo cuando el caballo se resbaló en el hielo, cayó y le cogió la pierna debajo, que le partió. «Entonces trabajaba solo en la finca, a un kilómetro, sin móvil ni nada, monté como pude y llegué a casa». Ahora, con prótesis de cadera, sigue trabajando a veces a caballo.
Luis, pese a tener casa en su pueblo, y marcharse allí cuando descansa, no se plantea dejar de vivir en la finca mientras esté activo. «Ir y volver se me haría muy cuesta arriba porque además los caminos de las fincas son un suplicio». En la finca no está aislado, ahora tiene un vecino muy próximo de otra finca. Una vez a la semana tiene que ir a buscar el pan «y lo comemos congelado». En nada quiere jubilarse «porque el cuerpo ya no aguanta» y tiene otras inquietudes, como escribir, o recuperar tradiciones y juegos tradicionales...» «Esta vida como la mía, en fincas, se acaba. Ahora muchos ganaderos viven en Salamanca, vienen a las vacas y al mediodía, se van. Y pueden venir a lo mejor extranjeros, pero se acaban marchando y eso que ahora esto no es como antes y te ponen la casa y el sábado al mediodía se van y hasta el lunes no vuelven. Aún así nadie quiere, yo creo que es porque antes con el trabajo de una persona vivías y ahora tienen que trabajar los dos. Y cuando buscan matrimonio para fincas, sólo lo cogen los que tienen hijos mayores».
Luis no tiene ganado propio. «Antes había porque los dueños no querían pagar mucho dinero y te pagaban en especie. Le pedías un aumento y te decían, echa una vaca si quieres. A mí no me gusta porque eso tiene un inconveniente, y es el que digan que las vacas del vaquero están en el mejor cercado, donde más comen».
Luis siente las vacas como suyas. De hecho, su peor recuerdo fue la tuberculosis, cuando en 2001 tuvo que matar una treintena. Aún se emociona al recordar. «Hace falta una prueba efectiva», reclama. «Además ahora con tanta enfermedad estamos todo el día con la jeringuilla», dice.
Cuando se vaya, le dará pena. «Lo voy a extrañar pero...»
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.