

Secciones
Destacamos
Ignacio Blázquez es el vocal más veterano de la Lonja de Salamanca. Recuerda que fue de los primeros en llegar y que entonces no cobraban nada por asistir. «Ahora pagan pero en mi caso, que tengo que hacer 120 kilómetros de ida y vuelta para venir, no me da ni para gasolina». Pero le gusta acudir y mantiene que seguirá «hasta donde pueda llegar. Hasta que Dios me de facultades para estar».
Tiene 88 años, se cuida, y ahí están los casi 6 kilómetros que hace a diario. Sólo lamenta la pérdida de la vista, del 80%, hace dos años. Fue entonces cuando decidió vender los corderos y dejar el oficio al que se había dedicado toda la vida. «Me fastidia y mucho -señala- porque si no fuera por la vista, yo podría seguir trabajando, como he hecho siempre».
Y, además, desde niño porque cuenta que se crió en Alaraz con las ovejas en el campo. Recuerda Ignacio esas caminatas hasta Medina del Campo con los corderos, a veces desde la parte de la Sierra de Piedrahita, con ocho días de viaje andando. «Llevábamos a lo mejor 80-90 corderos. Entonces aguantaban porque no se vendían pequeños y eran de 23-25-26 kilos... Aunque siempre había que ir con cuidado, se manejaban bien porque llevábamos un perro. Llegábamos a Medina, vendíamos los corderos y volvíamos en el coche que iba de Medina a Peñaranda y recuerdo que llevábamos los perros en la baca, atados, porque abajo no nos dejaba el chófer meterlos». Recorriendo ese camino con los corderos estuvo desde los 17 años, la mili, y fue a los 27-28 años cuando ya empezaron a llevar los corderos en camiones y también cuando él empezó con el cebadero en Alaraz.
Ignacio llegó a ser de los principales compradores de corderos de Salamanca. Luego su hijo fue de los mayores exportadores. Recuerda Ignacio que él solía comprar a ojo, siempre que el dueño lo permitiera. «Si decía el dueño que había que pesarlos, pesábamos, pero en una romana que llevábamos colgada cuando íbamos a las fincas. Y ahí pesábamos 80, 100 o 200 corderos de 18, 25, 26 kilos... depende. Luego lo de las básculas quitó ya mucho trabajo porque pesábamos el camión».
Ignacio se queda, entre todas las razas, con la merina para producir corderos para cebadero y con la castellana para los lechazos. «El lechazo de mejor calidad lo da la castellana», cuenta. De las que entran de otros países se queda, después de su experiencia, de Francia con la lacaune, pero no con la latxa.
Después de tantos años dedicado a esto, Ignacio tiene claro que, por mucho dolor que le cause, no recomendaría a nadie que se dedicara a este oficio que fue el suyo. A pesar de que en este momento el cordero tiene demanda, sobre todo ahora el grande, «porque quieren y no hay. Siguen escaseando más que los pequeños».
«Ahora hay mucha burocracia, muchas bajas por productos que no se pueden usar... Cada vez hay menos ganaderos y van a ir desapareciendo, si esto no cambia», advierte. Le da pena, mucha, no lo oculta.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.