Brionesa de Marco Pérez a una becerra de Pedraza de Yeltes en agosto de 2014. J. LORENZO

Soñar el toreo

Artículo de opinión de Javier Lorenzo en el suplemento ‘Toros’ de LA GACETA

Sábado, 22 de octubre 2022, 18:49

Que nadie piense que el gran suceso de la aparición estelar de Marco Pérez en La Maestranza ha surgido de la nada. Pese a su incipiente edad nada brota de la noche a la mañana, pese a que tenga un don innato que no se aprende. Los milagros no existen en el toreo. Y posiblemente en la vida tampoco. Es cuestión de trabajo, de dedicación y de esfuerzo, por muy niño que sea. La clave la descubrieron los clásicos cuando dijeron que el secreto del éxito era robarle horas al sueño. Triunfan los que ponen en práctica esa máxima, o al menos tienen el camino más despejado, aunque no siempre lleguen los mejores. Pasa en todos los órdenes de la vida. En el toreo más, donde influyen tantas cosas, donde nada se puede dejar al albur de la casualidad en este juego de incertidumbre de la suerte y de la muerte.

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Tuve el privilegio de asistir hace casi una década a lo que ya fue un acontecimiento, en la intimidad y en la soledad del campo. Una tarde de verano en Pedraza de Yeltes donde un niño más niño que hoy, de apenas siete años, toreó la primera becerra de su vida. Un alumbramiento maravilloso. No solo por lo que hizo sino por cómo lo hizo. Y mucho más por lo que se intuía que podía hacer. Al acabar la lidia de aquella becerrita se produjo otro suceso. Descubrir y conocer a un genio en agraz. Además de la enhorabuena me atreví a decirle a sus padres que además de tener a un torerazo en ciernes tenían un problema, porque el incurable veneno del toreo Marco Pérez ya lo tenía dentro. Es más, le corre por sus venas, a su padre le tocó vivir la cara más amarga del toreo. Un toro lo retiró de los ruedos cuando era banderillero, aquella inolvidable tarde del festival en homenaje a Robles en La Glorieta. Marco aún no había nacido. “No, Marco ahora lo que tiene que hacer es estudiar, lo otro si tiene que venir, vendrá”. Fue la respuesta de su madre. Y ahí hubo un detalle revelador e impropio de torero tan pequeño: “Mamá yo voy a estudiar... pero yo lo que quiero es ser torero”. Las miradas fueron reveladoras. Nadie sabía lo que iba a suceder, igual que no se sabe lo que en el toreo va a suceder mañana. Aquí se pasa de la gloria al infierno en un suspiro y de cero a mil en un segundo. Un muletazo te cambia la vida, una embestida te pone en el camino. Un torero dedica, entrena y sueña mañana, tarde y noche para cuando llegue el día, el toro y el escenario cambiar su vida.

La historia es caprichosa... Si Morante fue quien sacó al toreo de la pandemia, en unos años Marco puede ser quien lo consolide y devuelva al sitio que nunca debió perder

De aquella tarde de verano de 2014 en Pedraza de Yeltes a hoy ha pasado un mundo. Aquella eterna espera del niño al que casi le faltaba una década para poder torear en público parecía que no llegaría jamás. Aquella ilusión del niño con pantalones vaqueros y camisa blanca con las mangas remangadas le llega la hora de su vida. De momento le tienen que firmar permisos administrativos especiales para poder torear, mientras sigue cumpliendo la palabra de un hombre. Quiere seguir siendo torero más si cabe que nunca y estudia como el que más. A sus 15 años recién cumplidos, le avala el último expediente académico de 3º de la ESO: diez sobresalientes y un notable. No tiene claro qué estudiará, si Medicina, Enfermería o Periodismo. Debe de ser una de las pocas dudas que tenga en esa cabeza privilegiada que le lleva a hacer cosas que muchas figuras casi no se atreven ni a soñar.

En ese silencio de la densa y larga espera ni Marco Pérez ni todas las personas que tiene a su alrededor han perdido el tiempo. Es más, han seguido sembrando en silencio para que el torero siga evolucionando. Y han trabajado en la sombra. Desde aquella tarde veraniega de 2014, llegó el cataclismo de La Glorieta al año siguiente; la polémica actuación en Ávila ya rodeado de figuras, el apoderamiento por Juan Bautista, que veló y creyó en él antes que nadie, el debut hasta en cuatro países distintos en América el año pasado; su presentación en España la última primavera y la tarde histórica del 12 de octubre en Sevilla. Nada ha sido casualidad. Aunque muchos hayan descubierto a Marco ahora. Aunque ahora todos le quieran hacer entrevistas, aunque ahora todos quieran verle, aunque ahora todos vaticinen lo grande que es y lo importante que va a ser. El toreo es tan incierto e imprevisible que hasta eso mismo es desconocido, por muy evidente que parezca. Por todas las condiciones superlativas que tenga un torero tan pequeño y tan grande a la vez.

Hasta el tiempo ha sido caprichoso en esto. Si Morante, sin apenas compañía, fue el diestro que sacó al toreo de la pandemia, puede ser Marco Pérez quien lo consolide, quien lo afiance, quien lo asiente, lo dispare y devuelva al sitio en el que jamás debió de dejar de estar. Y puede que también sea el torero que vuelva a llenar las plazas. Todo eso son ilusiones, hipótesis e incluso deseos que están por llegar. Lo que ya nadie le puede quitar es lo que dijo Urdiales la semana pasada: “Que no me cuenten milongas de lo que va a suceder mañana, lo único que se es que lo ha que ha hecho en Sevilla ya es histórico. Y eso solo está al alcance de los genios, fue capaz de poner la plaza en pie siete u ocho veces. Que nadie me cuente lo de mañana. Es un elegido. En vez de ponerle palos a las ruedas vamos a disfrutar de lo que tenemos delante”. Eso es. Disfrutemos de quien nos hace soñar el toreo. Y el futuro de la tauromaquia.

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