Morante y Ligerito, un sueño

Tarde memorable en La Maestranza en la que el cigarrero hace historia tras cortar un rabo a Ligerito, un toro salmantino de Domingo Hernández, premiado con la vuelta al ruedo. Desde 1971 no se concedían los máximos trofeos en esta plaza

Jueves, 27 de abril 2023, 19:33

Morante paró el tiempo para hacer historia y entrar de lleno en ella si acaso aún no lo estaba. Desde 1971 no se cortaba un rabo en La Maestranza (Ruiz Miguel del toro Gallero, de Miura, fue el último) y a sus manos fue a parar el de Ligerito, un excelso toro salmantino de Domingo Hernández con el que puso el mundo a sus pies. Le faltaba a Morante el gran triunfo en su Sevilla, en la que sueña y en la que llora, en la que goza y en la que sufre. En su vida lleva una sinfonía de clamores y broncas y este miércoles la hizo suya para siempre. Una actuación memorable, en la que toreó a cámara lenta para inspirar a los más grandes artistas, para goce de los paladares más exquisitos.

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El cigarrero salió espoleado en el cuarto después de que Juan Ortega sublimara el toreo de capa. Una maravillosa explosión de gusto, torería y empaque al ralentí. Ahí ya quitó el de La Puebla para ratificar su reinado. Y espoleado salió a parar al cuarto, una larga a una mano soltando la punta del capote hizo que el toro viajara al infinito buscando los vuelos. Y, seguido, dos faroles en un palmo con un giro arabesco que enardeció. Y luego, más de una docena de verónicas, con el percal cogido muy cortito y cerca de la esclavina, como Curro (en el tendido), pero más profundo, más sincero, más arrogante, más apasionado. Se gustó ganando pasos en cada lance para rematar más allá de las rayas con una media sublime. Se arrancó la banda para corresponder al torero con la plaza en pie. La réplica estaba servida, pero llegaría más. La excelencia. Entró de nuevo al quite Morante tras la suerte de varas y le replicó Urdiales toreando también con un gusto superlativo. Y de nuevo Morante, por tafalleras. La plaza, un manicomio. Parecía que todo estaba hecho. Había sido tanto que parecía imposible darle continuidad a un torrente de pasiones. Y se abrió de muleta. Ligerito, así se llamaba el de Domingo Hernández, se deshacía de bondad y repartía calidad a borbotones. Parecía un milagro que aguantara tal derroche de torería. Pura magia de Morante. Aguantó para hacer también historia, y Morante lo paladeó a lo grande. De ahí en adelante fue toda una sinfonía de buen toreo. Cuajó el toro al natural de forma prodigiosa en una faena bajo los más bellos resortes del toreo donde el reinado lo afianzó con un prodigioso toreo con la zurda.

Los naturales eran cada uno una escultura. Y se sucedían de manera maravillosa, para goce de unos, disfrute de otros y gloria del toreo. Efímero y eterno al mismo tiempo. Morante, en una nube. El público, enardecido, no se lo creía. El sueño se hacía realidad. Morante escribía el toreo como él sólo lo sabe hacer.

Faltaba la espada y la estocada fue de libro. Aún le quedaban a Ligerito alguna embestida, derretido ya casi entre el almíbar de su fondo de bravura. Y, con la estocada hasta los gavilanes, aún tuvo fortaleza para regalarle a Morante otro par de embestidas, que aprovechó y sintió en otros dos naturales para la eternidad.

En el último cayó a los pies del torero. Y la plaza fue un clamor. De entrada las dos orejas de un tirón asomaron al palco, los tendidos seguían nevados de pañuelos. El rabo hacía justicia con un Morante excelso. Eclosión en La Maestranza.

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El resto de la tarde ya pesó como una losa. Nadie era capaz de asumir. Y casi quedaba en el olvido el recital de capa que había prodigado Ortega, y su toreo al ralentí con la muleta antes de que el toro se agotara; y también las verónicas de Urdiales a Ligerito... parecía que todo aquello había sido hace un mes. Morante había parado los relojes. De ahí en adelante ya nadie quiso saber más.

Al final del festejo, el ruedo se inundó de jóvenes para izarlo a hombros (la tauromaquia está más viva que nunca), mientras a Morante se lo llevaban camino de la Puerta del Príncipe bajo las palmas por bulerías. Gloria al toreo. Morante, a hombros por las calles de Sevilla camino de ninguna parte y bajo los sones de ¡torero, torero!

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LA FICHA

Décimo festejo de abono, con casi lleno (unos 10.000 espectadores).

GANADERÍA

6 toros de Domingo Hernández, (Concha Hernández Escolar), de desigual presentación, por hechuras y cuajo, y escaso fondo. El cuarto, Ligerito, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.

DIESTROS

- Morante: turquesa y azabache

Estocada y descabello (ovación); y estocada (dos orejas y rabo). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.

- Diego Urdiales: sangre y oro

Pinchazo y estocada (silencio tras aviso); estocada trasera (ovación tras leve petición de oreja).

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- Juan Ortega: palo rosa y oro

Pinchazo y pinchazo hondo (ovación); y pinchazo y estocada delantera desprendida (silencio).

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