El sábado se cumplieron cuarenta años del último paseíllo de El Viti en Las Ventas. Se fue sin despedida. Sin decir adiós. Sin embargo, en Madrid siempre le esperarán con los brazos abiertos. Nadie sabía aquella que la tarde con los Torrestrella sería su última ... actuación en Las Ventas. Puede que ni el propio maestro fuera consciente. O tal vez sí... En septiembre, en Valladolid, sin previo aviso, salió de la plaza, se quitó el vestido de luces, le comunicó a su apoderado que anulara los contratos que restaban del final de campaña de 1979 y nunca más volvió a enfundarse la seda y el oro con la que desafió al miedo, con la que hizo historia y con la que se convirtió en leyenda. Se marchó el torero y quedó el recuerdo inmortal.
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El 24 de mayo de 1979 se marchó de Madrid para no volver. Cortó una oreja y volvió a derramar su magisterio en la plaza que lo hizo grande. Consciente o no entonces, no podía marcharse de Las Ventas con la losa que arrastraba de su peor racha en Madrid. El trofeo al toro de don Álvaro sirvió para poner fin a doce tardes seguidas sin pasear un trofeo en Madrid, donde sigue siendo el rey y el dueño de la puerta grande cuatro décadas después de su retirada.
La salida a hombros del 7 de junio de 1973, tras cortar una oreja a cada uno de los toros de Arranz, había sido su último triunfo. Sin embargo, de ahí en adelante se rompió el periplo exitoso y pasó una travesía de una docena de tardes en blanco, de 1974 hasta la segunda tarde de 1979. Lo que nunca le había pasado a El Viti en Madrid. En la función del 24 de mayo de 1979 firmó su última obra maestra: “Muy negra se presentaba la tarde a El Viti. Había que sacudirse el mal fario que le persigue en Madrid y tratar de superar la dureza de un público que le exige como lo que es: una primera figura. A su manera, cazurro, templado, sobrio y maestro fue adueñándose de la situación. Había que quedarse muy quieto para tirar de su segundo, al que le costaba entregarse (...) El maestro se puso en el sitio, le expuso mucho, sin teatralerías, a su torera forma, con la difícil facilidad de los que nacen con ese secreto del temple. Faena para aficionados, para mentes despejadas y ánimos serenos. Fue una degustación de maestría que no acertó a rematar con la espada”. Así describía Vicente Zabala Portolés la penúltima faena de El Viti en Madrid antes de que al último le cortara la oreja: “Tras el esfuerzo hecho en el anterior, la cosa fue coser y cantar. En un palmo de terreno le ligó los muletazos, empalma los naturales con el de pecho con una maestría de asombro. El toro va cosido en la muleta”. Por su parte, Joaquín Vidal escribió en El País: “El Viti tenía disgustado al público con su desánimo anterior y, en la lidia del cuarto algunos decían eso de ‘viejo’, ‘¡al asilo!’ y otras lindezas. Pero El Viti, mayestático coletudo de profunda seriedad y bien templados nervios, poco a poco fijó al aplomado Torrestrella y, como con sacacorchos, le sacó pases hasta conjuntar una faena sólida en su estructura y exquisita en los detalles: el derechazo hondo, el ayudado solemne, el natural templado, curvilíneo y largo y, por encima de todo, la ligazón. ¿Hay aquí torero? La ovación fue tan cerrada como para dar despacio y devolviendo prendas la vuelta al ruedo, pero El Viti reservó los honores para el siguiente que era un hermoso ejemplar, alto, desarrollado de cuello, bien puesto, engallado. Fuerza, en cambio, no le sobraba, y llegó al último tercio con poco gas. Pero, de nuevo, la técnica depurada del salmantino construyó un muleteo de altas calidades y ascendente, con naturales y derechazos que volcaban la plaza en olés. Pero cuando el arte de torear alcanzó sus más altas cotas fue en los pases de pecho, todos ellos trabajados para el asombro. Los padres de la tauromaquia escribieron que se ejecutaban así; y nadie ha podido enmendarles la plana. El Viti, maestro salmantino, los ha leído y ahora es el padre de la tauromaquia él mismo”.
Aquella tarde y las 54 que jalonan su misterio en Madrid forman parte del recuerdo eterno de la afición venteña. Pasión recíproca, el escenario soñado. No se puede entender a El Viti sin su presencia en el coso de la calle Alcalá ni la historia de la primera plaza sin nombrar al maestro. Inseparables. Este jueves vuelven a unirse con un homenaje que le devolverá a la primera fila. Y para revivir esa leyenda, reconocer al maestro, reactivar el ‘vitismo’ y descubrírselo a las nuevas generaciones, el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid le tributará un reconocimiento e inaugurará una exposición con sus recuerdos que se mantendrá hasta el 7 de junio. La sala Bienvenida de Las Ventas será el punto de encuentro de figuras históricas y actuales y allí se inaugurará la muestra que dará vida a la leyenda de El Viti. Ochenta años de vida, cuarenta años después de su última tarde su memoria cobrará vida para venerar a uno de los grandes. Orgullo y emblema charro.
El Vitiaún permanece como una de las principales debilidades del aficionado más exigente. El intenso y florido periplo de El Viti en Madrid se prolongó diecinueve temporadas y fraguó una leyenda que aún se mantiene viva más allá de las marcas inalcanzables que hoy, lejos de no haberse batido, ni siquiera se acercan a unas cifras que han hecho historia. En esta plaza tomó la alternativa (13 de mayo de 1961) y allí logró una marca histórica que nadie ha batido todavía: catorce puertas grandes, conseguidas además en el periplo prodigioso que fue desde aquel San Isidro de 1961 hasta 1974. En todos esos años únicamente no salió a hombros en una edición, 1963; además de 1968 —en la que por un conflicto con la empresa no toreó en Las Ventas pero sí lo hizo en Vistalegre (en lo que se vino a llamar como el San Isidro paralelo)— y 1972, año en el que no hizo campaña en España. En su retorno a Madrid en 1973 volvió a salir a hombros y fue aquel 7 de junio la fecha de su última puerta grande en Madrid. Dos veces salió a hombros en las ediciones de 1965, 1966, 1969 y 1970; y cuatro tardes las certificó cortando tres orejas (1965, 1967, 1969 y 1970). En el San Isidro de 1965 pidió la ganadería de Miura y le cortó las dos orejas a un toro; en 1971 y 1973 la de Pablo Romero y en 1973 y 1977 la de Victorino Martín. En 1966 le cortó las dos orejas a un toro de Manuel Francisco Garzón y la afición le pidió al rabo que no concedió la presidencia. Hubiera sido otro hito dentro de una historia apasionante en la primera plaza del mundo.
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