Dicen que Roca Rey tiene la intención de subirse al carro de los cien paseíllos en 2023. El reto satisfecho de Morante de la Puebla ha tenido efecto.
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Sin descubrir nada, porque las cifras de las figuras actuales nada tienen que ver con las de toda la vida, más comprometidas, dando más la cara. Salvando pueblos, tirando de ganaderías, abriendo carteles a toreros nuevos, asumiendo retos en las grandes ferias. Y exigiendo categoría, ganadería y parné en los escenarios y citas clave de la temporada y no acribillando ni masacrando a los pueblos cuando no había color.
El gesto del torero cigarrero esta recién terminada campaña debe de haber sacado los colores al resto, porque no solo ha sido sumar por sumar, sino que ha sido con argumentos. Y con faenas para el recuerdo. Hasta con regularidad y tirando de los carteles a pecho descubierto casi siempre. Esa responsabilidad en la que se ha echado en falta a las figuras en los últimos tiempos, escondidos en plena pandemia y después de ella, sin importante el toreo y lo que fuera de él.
Ahora es Roca Rey quien quiere tomar el mando, ahora es el peruano quien quiere hacerse con el peso de la temporada después de un año en el que volvió en su mejor versión, en el que apostó y en el que dio la cara en busca de recuperar el trono que le arrebató una lesión primero y la pandemia después. Y ahí esta de nuevo, velando armas a la espera del gran asalto.
Una temporada de figura. De lo que siempre fue una figura del toreo. Apostando y dando la cara. Rivalizando con los compañeros y buscando ser mejor que todos los demás. Aquellas figuras a los que molestaba el triunfo de los que eran más rivales que compañeros, porque, entre otras cosas, el triunfo ajeno hacía que el dinero del empresario ya no fuera a su esportón sino al del otro. Cuando fluctuaba el toreo.
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Y aquella rivalidad, sana a veces y no tanto otras, hacía que la pasión trepara por los tendidos como hoy ya no lo hace. Y las aficiones se dividián en partidarios de uno y otro. Y se disputara. Y se rivalizara. Y se hablara de toros no solo en la plaza sino también en la calle. E incluso se discutía en busca de la razón de los más apasionados y fervientes seguidores.
El toreo estaba vivo. Latía en el ruedo y en el tendido. Y eso lo situaba en lo más alto. Entonces querían torear más que ninguno, o al menos torear como el que más.
Lo de Morante parecía lo nunca visto. Y no era así, sino que era una vuelta a los orígenes no tan lejanos. A lo que siempre fueron las figuras que soportaron el peso de la púrpura, el nivel máximo y la exigencia. Y tenían más recompensa que ninguno. Porque había apuesta. Y no conformismo.
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Mandaba el orgullo de torero. Ese orgullo además hoy debe de ir acompañado de un compromiso y una responsabilidad de futuro. Ahí también se marcan las diferencias.
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