Habitualmente trabaja en la UCI pediátrica. Conoce los medicamentos y los procedimiento, pero estos pacientes tienen varias décadas más. Para Sira Fernández de Miguel una de las grandes diferencias entre ‘su’ UCI y la UCI COVID “es que ahora no cuentas con los pacientes”. “En Pediatría tenemos el proyecto de humanización que cuida aspectos como permitir a la familiar estar cerca del paciente. Ahora, por la patología del COVID, apenas tenemos trato con las familias salvo el telefónico y es una enorme diferencia”, señala.
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Reconoce que sienten “dudas en los tratamientos, como las tiene todo el país”, pero siente el respaldo de los intensivistas de adultos: “Hemos formado equipos mixtos, afortunadamente son muy buenos equipos y hemos encajado francamente bien”. Para la pediatra el mayor impacto emocional es el de “ver el Hospital tan lleno de pacientes, tener que montar las UCIs extendidas siguiendo el plan de la dirección, buscar respiradores, adaptar puestos para el personal... Parecía como algo apocalíptico. Una catástrofe de las que te cuentan, pero que ahora es real”. Escenas inéditas en el Clínico que, como les ha sucedido a todos, le hacían aflorar las lágrimas. “Aquí hemos llorado todos. Es inevitable”.
Sira celebra que “afortunadamente, en Salamanca no nos hemos llegado a ver en ese punto de que falten respiradores, pero nos hemos visto a punto y ahora parece que se estabiliza”. De cara al futuro le preocupan “todas la patologías no COVID a crónicos, por ejemplo, que no se han atendido como antes”.
Especialista en imagen cardiaca, Soraya Merchán va camino de cuatro semanas trabajando en la UCI porque “ahora da igual al especialidad a la que te dediques, si el Hospital te pide que ayudes a los pacientes y a los compañeros”. No es su campo, pero a la cardióloga tampoco le resulta del todo extraño: “Durante las guardias nos dedicamos a tratar pacientes de cuidados intensivos cardiológicos”, explica.
Esas cuatro semanas “pesan”. “Te metes en una dinámica en la que parece que lleves meses”, asegura. Una experiencia intensa a la que se refiere repitiendo la palabra ‘compañeros’ pese a que está codo con codo con profesionales a los que antes ni conocía. “Así es. Todos ayudamos como podemos y yo puedo aportar cosas que manejamos desde el punto de vista cardiológico. Los anestesistas también lo pueden hacer por su mayor experiencia con la vía aérea... De verdad que cada uno está dando todo lo que tiene. El compañerismo es total y se logra una actitud muy positiva de trabajo”.
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Confiesa que echa de menos “sus corazones” del día a día en el servicio de Cardiología, pero también sabe valorar que la situación te fuerza a aprender: “Cada día conocemos facetas nuevas de la enfermedad y sabemos actuar en función de eso”.
Los días pasan. Los turnos terminan... El asfixiante EPI queda en la basura, pero los recuerdos no se marchan. “Mentalmente es muy duro ya que intentas mantener una actitud positiva, pero muchos días te vas a casa con la sensación de no haber conseguido hacerlo mejor aún, de no llegar a todo lo que quisieras. Toca llorar porque este virus no entiende de edades, ni de familias. Son situaciones que te las llevas a casa”.
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