Domingo, 7 de febrero 2021, 22:39
Cada tarde María José se sienta con su hijo en casa para apoyarle con los deberes. Erik tiene 9 años y debe hacer un sobresfuerzo añadido para realizar el trabajo que se le exige en segundo de Primaria. Su dislexia y discalculia heredadas ... de genes familiares hacen que el niño tarde más en leer textos y enunciados, confunda letras, cometa faltas de ortografía y tenga dificultades para dominar el sentido numérico y el espacio-tiempo. Erik no tiene ninguna deficiencia física, psíquica ni sociocultural pero padece un trastorno del aprendizaje y la lectura incurable que afecta a cerca del 10 por ciento de la población y que se ha convertido en el factor más frecuente del abandono de la escuela.
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Su madre empezó a sospechar cuando Erik comenzó la Educación Primaria. El diagnóstico y atención temprana es uno de los factores determinantes para conseguir un avance en los menores y evitar el fracaso escolar. Pero no es fácil. No todo el profesorado está formado o conoce cómo detectar y abordar este trastorno. María José notaba que su hijo leía muy lento, confundía la letra ‘b’ con la ‘v’ o la ‘d’, colocaba los números en diferente orden, le costaba sumar y restar, tardaba en identificar los colores... “Con la lectura me decían que igual no veía bien y necesitaba gafas. Después que era cosa de la madurez del niño...”, explica la madre, que se empezó a preocupar cuando su hijo se levantaba cada mañana y se negaba a ir al colegio. “Dormía muy mal. Sentía que algo le pasaba y era que se sentía tonto porque no iba al nivel de los demás”, relata María José, que fue tras acudir a dos logopedas cuando le dieron el diagnóstico. Entonces sintió una liberación pero también desesperación por la carrera de fondo que tienen por delante.
Ella se niega a que la dislexia sea un tabú como sucede en muchas familias. Cada curso, admite, le toca hacer pedagogía con los nuevos profesores de su hijo pero finalmente ha logrado que se hable de este trastorno en clase y que Erik se libere contando sus dificultades y no se sienta excluido o inferior a los demás. La autoestima baja es una característica común a las personas con dislexia. “No son tontos ni es nada malo. La dislexia no está relacionada con la inteligencia y pueden llegar a ser lo que quieran a base de esfuerzo, estrategias y adaptaciones. La dislexia está presente en personajes famosos como Hamilton o Steve Jobs”, recuerda María José. “Soy disléxico y puedo brillar”, es uno de los lemas en esta familia, que anima al niño a conseguir su sueño: ser inventor. “La ventaja es que son muy perseverantes, se esfuerzan más, tienen otra forma de pensar y son muy buenos para el dibujo y la arquitectura. Aprenden las cosas mediante la práctica y de forma visual, lejos de los estudios de memoria que se exigen en la escuela. En casa repetimos como un mantra que las notas no son importantes”, incide. En clase, este alumno tiene ahora más tiempo para hacer un examen, con enunciados más claros, se le permite usar la tabla de multiplicar o cometer faltas. Erik acude dos veces a la semana a un logopeda privado, con un coste de 70 euros semanales, que no todas las familias se pueden permitir. Mientras, en el colegio, un orientador le hace apoyo en los deberes dos horas por semana. Para eso, es necesario que previamente la orientadora del centro le haya hecho unas pruebas, certifique el diagnóstico y haga un informe. Como madre, María José se ha sentido agobiada y desamparada hasta que contactó con la asociación Disfam y pudo compartir experiencias y recibir consejos.
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