“Pero... ¿Comes algo?”, “¿No te gustaría adelgazar?”, “Qué pena que estés gorda con lo guapa que eres de cara”, “Tienes que comer menos”, “No deberías hacer tanto deporte. Tu cuerpo da grima” o “Estás demasiado delgada. Deberías comer más”. Son algunas de las afirmaciones que, sumadas a los muchos titulares que nos podemos encontrar en decenas de revistas y periódicos en los que se lanzan consejos de alimentación, muchas veces no sesgados, se clavan como puñales en el cerebro de las personas más jóvenes que, casualmente, son las que más sufren un Trastorno de Conducta Alimentaria (TCA).
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Esta patología siempre ha existido, pero, desde la pandemia, el número de casos se han desenfrenado hasta el punto de que las consultas que vienen pasando el coordinador de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) del Complejo Asistencial de Salamanca, David González Parra, y su equipo médico en la cuarta planta del edificio de consultas 3 del Hospital Virgen de la Vega, se han duplicado. “Desde el año en el que se dio la pandemia, cuando vivimos una auténtica medicina de guerra, pero en el siglo XXI, se han dado más cuadros de este tipo de trastornos en población infantojuvenil, siendo la anorexia nerviosa la patología más peligrosa, ya que ha pasado de darse en niños de 14, 15 o 16 años a darse en los que tienen 8, 9 o 10”, asegura David González Parra, que, en estos dos últimos años, además, ha notado un aumento de la demanda asistencial y una deficiencia de personal porque, en muchas ocasiones, cuesta cubrir bajas laborales”.
“Hace un trastorno de la conducta alimentaria no quien quiere, sino quien, desgraciadamente, puede”, afirma González Parra, que vincula la aparición de estos casos a una serie de variables biológicas a las que también se suman una serie de condicionantes psicológicos y socioculturales que ya fueron duros durante el confinamiento y supusieron una alteración en las rutinas de los más jóvenes, que, junto a la gente de la tercera edad, han sido los que más afectados se han visto por la pérdida o la subida de peso excesiva junto a la vulnerabilidad que presentan.
“El principal desencadenante es que se llevan a cabo muchas dietas sin que se necesiten. Esto hace que haya unos cambios en el patrón de alimentación, los cuales se unen al acoso escolar, al menosprecio que muchos niños reciben... Todo es un caldo de cultivo para que estos trastornos se desencadenen y haya una baja autoestima”, asegura el coordinador de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) de Salamanca al ser preguntado por las causas por las que se presentan estos casos en una población tan joven, que tiende a autolesionarse cuando sufren alguno de estos problemas, los cuales les resultan incomprensibles.
De todos ellos, lo que más se ha detectado en la Unidad ha sido el trastorno vinculado a los atracones, los cuales conllevan a los vómitos y tienen una repercusión clínica por el bajo peso y la desnutrición. “En estos casos, también han influido mucho las redes sociales, ya que, a día de hoy, hay muchos adolescentes que utilizan el móvil sin ningún control parental, lo cual ha generado muchas dificultades a la hora de manejar ese tipo de cuadros por la cantidad de información no filtrada que llega de forma masiva y que vuelve al cerebro muy traicionero”, asegura González Parra sobre el peligro que tienen los estereotipos que se han fijado en la sociedad y sobre el consumismo de las publicaciones que inculcan unos valores estéticos están demasiado dimensionados.
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