Martes, 22 de noviembre 2022, 11:06
La culpa de que a Álvaro Rodríguez le picara la curiosidad la tiene Josepth Townsend, un reverendo anglicano en la España de finales del siglo XVIII. Su profesor Jacinto de Vega le habló de este viajero en una clase y desde entonces a este joven estudiante de Historia no se le quitó la idea de la cabeza. Decidió profundizar y después de meses de consultas, traducciones y horas de lectura, su producto ya ha visto la luz gracias a las becas ‘Objetivo: Campus Sostenible 2022’ del Servicio de Asuntos Sociales de la Universidad de Salamanca.
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El joven, de tan solo 21 años, ha trabajado en un proyecto de investigación en Historia Moderna a través del cual ha recuperado los testimonios de siete viajeros que pasaron por Salamanca entre los siglos XV-XVIII. Tras empaparse en la materia, tiene clara tres cosas: que en aquellos años la razón más evidente por la que se visitaba Salamanca era por el peso de su Universidad, que se trataba de una ciudad de tránsito por su situación geográfica y que la ciudad ya era un centro cultural de renombre donde se constituyeron redes intelectuales que permitieron el intercambio y la transmisión de los conocimientos. “Era en Salamanca donde decidían verse”, afirma.
Después de acceder a documentos de bibliotecas y archivos ubicados en España, Inglaterra, Francia, Austria e Italia, todo ello sin salir de casa gracias a las humanidades digitales, el joven ha podido conocer cómo era la sociedad de entonces y qué Salamanca se encontraron estos viajeros. El resultado está en una exposición que puede visitarse hasta el día 25 de noviembre en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Salamanca, aunque la intención de este estudiante es poder llevarla luego a otros puntos.
“Uno de los hallazgos que más me ha llamado la atención ha sido el del viajero Barholomé de Villalba y España, que fue un peregrino que en 1577 visitó España para acudir a los lugares más devotos. Llega a Salamanca porque sabe que hay un santuario de una virgen en la Peña de Francia. Lo que cuenta es que ese era un lugar al que peregrinaban los estudiantes de la Universidad para conseguir suerte en el año académico, lo que nos revela también que era una sociedad fuertemente religiosa. Además se puede hacer un paralelismo con lo que ocurre a día de hoy con la rana”, apunta. “Otra idea que señala este viajero es que Salamanca no tiene una universidad cualquiera, sino que tal como cuenta cualquier padre de la época que quisiera una educación buena para sus hijos debía enviarle a Salamanca como hacían los antiguos con Atenas”, añade.
Pero además, la ciudad tenía un importante peso en el intercambio y transmisión de los conocimientos, de ahí que se constituyeran redes intelectuales. “Según nos cuenta Josepth Townsend aquí venían personajes importantes. Él lo hizo porque concertó una cita con el marqués de Oviedo. Al llegar descubrió que este no se había presentado y estaba en Madrid por una dolencia. Al verse solo y ser de origen anglosajón decidió ir al Colegio de los Irlandeses de Salamanca, encontrándose allí con decenas de estudiantes católicos”, explica señalando la imagen de un joven vestido como se supone que lo encontró Townsend.
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Junto a ellos, Álvaro Rodríguez recoge la vista de la ciudad que en el año 1570 hizo el pintor de origen flamenco Antoon van den Wyngaerde por encargo de Felipe II; o el viaje que Antonio Ponz realizó en 1784 a las Batuecas. “Ya en el siglo XVIII nos habla de las pinturas rupestres de las cabras pintadas”. En definitiva, un minucioso trabajo cuyos protagonistas hablan de la importancia de salir de la zona de confort y de conocer a gente diferente con el objetivo de romper las barreras y promover la salud mental.
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