Martes, 7 de septiembre 2021, 13:16
Cerca de un millar de militares salmantinos, principalmente del Regimiento de Ingenieros del Arroquia pero también algunos de la Base Aérea de Matacán, se dejaron la piel durante casi una década en las misiones en Afganistán. Aquellos hombres y mujeres trabajaron muy duro durante ... meses -incluso viajaron en varias ocasiones-, pusieron su vida en riesgo lejos de sus familias en un país en guerra, sin apenas infraestructuras para el transporte logístico, en una tierra árida y con condiciones climatológicas extremas, y todo con el fin de aportar seguridad, construir y reparar infraestructuras y, en definitiva, impulsar el progreso de Afganistán. Esos integrantes de las Fuerzas Armadas ven ahora con “tristeza, frustración y perplejidad” cómo todo ese “esfuerzo cae en saco roto” tras la ofensiva y la toma del país por los talibanes. Así lo reconocen varios militares a este periódico, que prefieren mantener su identidad en el anonimato ante las trabas del Ministerio de Defensa para realizar este reportaje.
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Uno de aquellos miembros del Regimiento de Ingenieros de Salamanca, destinado en Kabul en 2002 y en Herat en 2005, no puede ocultar su profunda “tristeza” por la situación que atraviesa Afganistán. “Han pasado casi veinte años y sientes pena al pensar que en este tiempo aquel pueblo había conseguido una cierta normalidad y un desarrollo cultural y personal en paz, y que ahora se vuelve a revertir la situación y a perder conquistas sociales. Nosotros hicimos el trabajo que nos tocaba lo mejor posible pero no se puede luchar contra lo que está pasando”, admite con resignación.
Las imágenes de aquel Afganistán en el que aterrizaron en 2002 y 2003 son coincidentes para los soldados salmantinos: “Era como retroceder varios siglos. En la capital reinaba el caos, estaba devastada tras las diferentes guerras y las condiciones de vida eran muy pobres. En los pueblos las casas eran de adobe, sin evacuación de aguas residuales, calles sin asfaltar donde la luz y el agua eran bienes escasos. Había analfabetismo, mujeres con burka, niños deambulando por las calles sin escolarizar, y familias que vivían de la agricultura y la ganadería sin expectativas de futuro”. Sin embargo, en los últimos despliegues de 2010 y 2011, el país mostraba a ojos de los militares un notable desarrollo con edificios de ladrillo, plantas de hormigón, hospitales, escuelas... La presencia de tropas internacionales sirvió no sólo para dotar de seguridad y estabilidad al país sino también para instruir en técnicas de defensa al Ejército afgano, que heredó numerosas infraestructuras, vehículos y material, que ahora seguramente estén ya en manos de los talibanes.
“Es frustrante ver que has empleado tiempo y esfuerzo, que te has separado de la familia y que todo el trabajo ha caído en saco roto. Ver cómo el régimen talibán al que se combatía entonces está otra vez ahí y reforzado. Sientes un cúmulo de sentimientos, de tristeza, frustración y sorpresa por lo rápido que ha sido todo”, confiesa un integrante salmantino de la Base Aérea de Matacán que participó en una misión en Herat.
En la caótica Kabul, el Ejército español y también los Ingenieros salmantinos del Arroquia apoyaron a las tropas internacionales en la reconstrucción del país destruido por la guerra. “Nos asignaban tareas de apoyo a la población y estuvimos restaurando varios colegios dañados o destruidos. También dimos seguridad a controles de la policía afgana. Nosotros poníamos el mismo empeño en fortificar un acuartelamiento que en rehabilitar una escuela. La población afgana se acercaba a nosotros con curiosidad por el choque cultural, pero les frenaba la barrera del idioma”, recuerda el militar del Ejército de Tierra, que matiza que en Herat el contacto con la población afgana y las salidas se redujeron porque las condiciones de seguridad no lo permitían. “Sólo contactábamos con contratistas y proveedores”, explica.
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“Tú eres un pequeño grano de arena y dejas mucho de tu parte. En Afganistán fueron misiones muy intensas, con mucho trabajo y personalmente me dejaron una huella muy fuerte”, subraya este integrante del Arma de Ingenieros, que menciona cómo vivieron la inestabilidad del país. “Kabul estaba por entonces bajo el control de las tropas internacionales y el Ejército y la Policía afgana se estaban recomponiendo. Nosotros estuvimos seguros, pero eso no quita para que sufriéramos incidentes. Un día, en unos trabajos, nos dispararon y no se pudo determinar el foco de los disparos. Otro día se sufrió un ataque con cohetes cercano a la base”, relata.
Esas vivencias en las que la vida de uno mismo o de compañeros corren un riesgo son las que se quedan grabadas en las retinas. “Cuando yo estuve en Herat en 2007 recibimos algún ataque con mortero dentro de la base, pero sin consecuencias. Lo más doloroso fue cuando dos soldados españoles y un intérprete fallecieron en un atentado con bomba a un vehículo blindado. Se vivió con mucha tristeza en nuestra base porque desmoralizó a la gente. Fue una experiencia bastante dura porque tenía compañeros que les conocían”, añade el integrante del Ejército del Aire.
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La esperanza de estos militares pasa ahora por que “a través de la gestión política y las presiones internacionales” se logre “un gobierno de mínimos con garantías sociales y derechos para los afganos”.
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