Jueves, 26 de noviembre 2020, 09:44
“Nadie te va a querer como yo”. Esta es la frase que le repetía una y otra vez el agresor a una de las víctimas de violencia de género atendidas por la asociación de ayuda a la mujer Plaza Mayor en la capital. No se conocen sus identidades -muchas de ellas no se sienten preparadas después de tantos años de silencio bajo la opresión de su agresor-, pero desde el anonimato todas tienen mucho que contarnos en la semana en la que se ha celebrado el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer. Estas son los testimonios de varias mujeres víctimas del machismo en Salamanca.
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Al principio nada hacía presagiar lo que vendría tiempo después -que a veces pueden ser meses o años-. “Me despertaba con ramos de rosas, me llevaba a hoteles de lujo, me sorprendía y me repetía una y otra vez lo que me amaba”, confiesa una de las voces de la violencia de género. Es ahí, cuando ese amor que el agresor dice profesar hacia la víctima empieza a servir como justificación de todo tipo de actitudes machistas. Primero comienzan de forma sutil: “Empezó a hablarme mal de mi familia y a enfadarse cada vez que pasaba a ver a mis padres, así que para que no se enfadara, dejé de visitarles”.
Víctimas que poco a poco se van convirtiendo en presas de sus maltratadores. Y de ahí se pasa a “discusiones que en un principio eran voces “ y “siguen con faltas de respeto hasta que acababa en las manos”. “Tenía control sobre mis facturas de teléfono y sobre dónde iba, no daba un paso sin que él lo supiera. Era insostenible. Mis hijos tenían que escuchar voces e insultos todo el tiempo y cómo me lanzaba lo que tenía en las manos”, relata otra de las víctimas. “Perdí toda mi identidad, no vivía para mí, sino para él. Llegó incluso a amenazarme con que si le dejaba se iba a suicidar y que me llevaría con él para que lo viera”, reza otro estremecedor testimonio.
Tras cada episodio similar un perdón que acababa conduciendo la situación al punto de partida: al silencio por parte de ellas. “Y siempre viene el perdón, el voy a cambiar, hasta que vuelve a hacerse con el control de la situación. Te da una de cal y otra de arena”. Es ahí cuando surgen las excusas para no dejarlo: “¿Cómo les voy a hacer esto a mis hijos?” o “tenía miedo de quedarme sola, de que no me quisiera nadie”.
Entre esos vaivenes emocionales de idas y venidas, llega el punto de inflexión y lo hace de la peor manera posible. “Después de una larga noche de pedirme perdón, fue el miedo que pasé, la mirada y los empujones. Ese miedo fue lo que me hizo huir, no quiero vivir con miedo toda la vida”.
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Tras haber tocado fondo, la valentía se hace fuerte. Es el momento de volver al punto de partida, pero sin él: “Quizás es hora de pensar que no te quiere”. “Ahora estoy aprendiendo a quererme, a conocerme. Creo que lo primero que he hecho bien es pedir ayuda. Ese ha sido el primer paso y me costó mucho porque era desvelar mi secreto, contarlo”. Este es el temor de muchas de las mujeres que han pedido ayuda externa, pero que según ellas merece la pena: “Aunque al principio lo veas todo negro, sé fuerte, toma la decisión. Te aseguro que una vez que sales empiezas a respirar”.
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