Miércoles, 22 de febrero 2023, 17:56
Tamara Krasovska no olvidará el día de su cumpleaños de 2022. Su marido, Daniel, no podía ver más el miedo que sentían cada vez que bajaban a esconderse al sótano con el sonido de las bombas. Era un lugar sucio, húmedo que compartían con “gente mala”.
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Él no podía huir de Kiev, pero ella junto a su hija Amelia tenían una oportunidad fuera de las fronteras ucranianas. Evitar jugarse la vida. “Quería que no sufriéramos”, recuerda sobre una invitación que fue más allá de un consejo.
Hicieron las maletas y emprendieron el éxodo compartido con miles de compatriotas ucranianos, la mayoría mujeres y niños. Trece horas en autobús hasta llegar a Polonia. Ni un minuto de sueño que despegara sus ojos de Amelia. Otras 20 horas hasta Barcelona. Y el destino final: Salamanca.
Era abril de 2022 y arrancaba una nueva vida alejada de quien más quería y muy lejos de su hogar, ahora atestado de sirenas y edificios derruidos. “Esta no es la Ucrania que yo recuerdo. Mi Ucrania se rompió”, incide. Tras llegar a Salamanca se pasó cuatro días sin salir de la cama. No había perdido ni un segundo la sonrisa, pero el agotamiento había podido con ella. “No podía más porque no dormí nada en todo el viaje”.
Junto a su marido y su hogar, Tamara dejó huérfanos a sus alumnos, refugiados por todo el mundo, y también aquellos que se quedaron en Kiev. A través de las incógnitas de las ecuaciones y los problemas aritméticos trata de que se sigan manteniendo sus vínculos con Ucrania que realiza de manera voluntaria. Todo lo realiza a través de vídeoconferencia y especialmente con los niños que se encuentran enfermos hospitalizados en Kiev.
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“Mientras piensan en las matemáticas, no lo hacen en su enfermedad, en las sirenas o en la guerra”, reconoce. Pone el ejemplo de un joven muy inteligente al que da clases y que le hace replantearse cada problema por la forma de resolver las incógnitas. “Cada día soy yo la que aprendo con él”, reconoce.
Tamara ha empezado a soñar en Salamanca y en un futuro conjunto en España cuando su marido pueda salir. “Si me preguntan hace seis meses te diría que quiero regresar a Ucrania, pero ahora no. Estoy encantada en Salamanca”. En España también vive su suegra y su cuñado.
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Desde la primera acogida en Salamanca, solo muestra agradecimientos a Cruz Roja. En la residencia, donde fue acogida inicialmente y conoció “verdaderos amigos” a los cursos en los que ha perfeccionado el español y con los que quiere alcanzar su meta. “Quiero ser profesora de español en la Universidad”, reconoce.
La interesante vida académica de Salamanca era la única noticia que tenía de la ciudad cuando llegó. “Mi marido me dijo que era una ciudad encantadora con mucha historia y una universidad muy antigua”, reconoce. La familia pasó por las distintas fases hasta actualmente estar en un piso independiente en una unidad familiar con el acompañamiento de Cruz Roja. El trabajo desde las diferentes áreas: social, sanitaria, psicológica y educativa también ayuda a la integración de Amalia en el colegio, de la que su madre asegura que está “muy avanzada” de forma especial en matemáticas la disciplina que domina.
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Cuando pisó Salamanca vio una vida tranquila alejada de las guerras, compartiendo vivencias con sus nuevos vecinos. Ahora reconoce un hogar. Sale al balcón y observa a lo lejos una Catedral que no estudió en los libros de arte y que ahora pasea a través de sus muros. “Cuando me plantearon irme a otro lugar, ni se me pasó por la cabeza dejar Salamanca”.
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