Lunes, 20 de septiembre 2021, 21:18
La letra de la mítica y festiva canción de ‘Los Refrescos’ dibujaba una ciudad de Madrid donde no faltaba de nada, pero al llegar agosto todos echaban de menos la playa. En Salamanca ocurre algo similar. Puede presumir de un sinfín de enclaves inigualables, pero en verano toca hacer las maletas para sentir la brisa marina y pasear por la fina arena. Aveiro, Gijón y Santander son nuestras playas más cercanas. De hecho, los arenales aveirenses de Barra y Costa Nova son considerados por muchos como las ‘playas de Salamanca’. Sin embargo, a finales del siglo XIX, la cosa no era exactamente así. Los salmantinos que se podían permitir unas vacaciones estivales fuera de su tierra optaron por ‘colonizar’ una ciudad portuguesa que por aquellos años estaba en plena transformación. Se trata de Espinho.
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“Se puede decir sin ningún género de dudas que los salmantinos jugaron un papel fundamental en el crecimiento de Espinho”. Armando Bouçon Ribeiro es el director del Museo Municipal de esta ciudad del norte de Portugal a solo veinte kilómetros de Oporto. Un estudioso de la historia espinhense que no tiene problemas en señalar que, durante varias décadas, Espinho fue la ‘playa de Salamanca’.
Para explicar el origen de este vínculo entre el Tormes y el Atlántico hay que remontarse al año 1880. En la península ibérica no estaba todavía de moda eso de tostarse bajo el sol y zambullirse en el mar. La tradición había comenzado poco antes en Inglaterra, pero sus ecos empezaban a llegar al sur de Europa. Espinho era por entonces un pueblo de pescadores llegados desde la vecina Furadouro compuesto por un puñado de casas de madera (‘palheiros’) que miraban al Atlántico. En ellas se hospedaron los primeros turistas que acudían a tomar baños de agua salada indicados por sus médicos para el tratamiento de algunas dolencias. “Con la apertura de la línea ferroviaria entre Salamanca y Vilar Formoso y también la que unía Barca d’Alva con Oporto se produjo un desplazamiento masivo de salmantinos a Espinho”, asegura Armando Bouçon. No fueron los únicos españoles que acudían a este rincón de la llamada Costa Verde portuguesa. También había bañistas de Cáceres, Plasencia, Talavera de la reina, Toledo, Medina del Campo, Ciudad Real, Madrid y Sevilla. Pero Bouçon insiste en que la salmantina fue la colonia más numerosa de todas.
Como es lógico, no cualquiera se podía permitir el lujo de desplazarse en tren hasta Espinho y pasar unos días de relax tomando baños terapéuticos y paseando junto al Atlántico. “La mayoría de las familias que venían pertenecían a la aristocracia y a las clases altas. Había alcaldes, abogados, comerciantes, diputados, farmacéuticos, inspectores generales, militares, toreros, escritores... Pero también había miembros de otros estratos sociales como campesinos con un mayor poder adquisitivo”, relata el director del Museo Municipal de Espinho. Armando Bouçon recuerda que, a diferencia de otras playas portuguesas más elitistas como fueron Granja o Estoril, en Espinho se dieron cita veraneantes de un amplio abanico de orígenes sociales.
Entre esos visitantes se encontraban los Condes de Locatelli y el propio Miguel de Unamuno. De hecho era habitual encontrar en la prensa de Salamanca de finales del siglo XIX y principios del XX pequeñas reseñas sobre las vacaciones estivales de personajes notables de la ciudad. “Ha regresado de Espinho el decano de la Facultad de Ciencias Sr. Nó y García”, rezaba una nota del periódico ‘El Lábaro’ el 17 de septiembre de 1897. Ese mismo verano se podía leer en ‘El Adelanto’: “Durante la ausencia del señor rector de esta Universidad (Mamés Esperabé), que veranea en Espinho, estará encargado de sustituirle el vicerrector, señor Segovia”. También era habitual encontrar en esas páginas los precios del tren que comunicaba la capital del Tormes con la ciudad lusa. 44,96 pesetas el billete de primera clase ida y vuelta, según publicaba ‘El Adelanto’ en 1898 en un artículo que titulaba “A bañarse”.
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Tal y como señala el propio Armando Bouçon y Luís Costa en el libro ‘Vamos a banhos. Memórias de verão’, que relata el origen de Espinho como destino de playa, los miembros de la burguesía salmantina que veraneaban en esta ciudad tenían una vida muy activa. Frecuentaban los clubes, restaurantes, cafés, casinos, cines y teatros. Por su parte, los campesinos habían completado su cupo de gastos con el viaje y la estancia y permanecían en la playa la mayor parte del tiempo.
Cada verano era una fiesta e incluso se programaban actos tan vistosos como la ‘Batalla de flores’, al estilo de las celebradas en París, Venecia y Lisboa que contaba con un colorido desfile de carrozas similar al del carnaval. También crecieron los locales de juego y prostitución e incluso algunos salmantinos abrieron sus propios negocios en Espinho.
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Con el paso del tiempo y la proliferación de otros destinos de playa como el Mediterráneo, los bañistas salmantinos se fueron repartiendo. Pero Espinho no ha perdido ni un ápice de su atractivo turístico. Cuenta con cinco playas con bandera azul, un agradable paseo marítimo y una gastronomía excelsa. Motivos de peso para que Salamanca vuelva a abrirse al Atlántico.
Los hoteles jugaron un papel fundamental en el crecimiento de Espinho como destino turístico estival. Pero hay uno que destacó especialmente, el hotel Bragança. Ubicado en la principal avenida de la ciudad, Serpa Pinto, su imponente estampa con sus tres pisos, balcones en todas las habitaciones y hasta una gran sala de fiestas, conquistaba a los veraneantes más pudientes. En él se alojó, por ejemplo, Miguel de Unamuno. Justo enfrente se encontraba el Café Chinês, uno de los epicentros culturales. Tal era la popularidad del hotel Bragança entre los visitantes salmantinos que incluso se anunciaba en los periódicos locales para reclutar a más clientes.
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Entre los personajes ilustres que viajaban de Salamanca a Espinho en verano se encuentra Miguel de Unamuno. Su primera visita fue en 1908, tal y como recoge el libro ‘Espinho cultural. Teatro, literatura e artes’ de Armando Bouçon y Luis Costa. Paso allí tres semanas, tiempo que aprovechó también para visitar Oporto, Braga y Aveiro. El objetivo era recoger información sobre el país luso para los artículos que escribía en el periódico argentino ‘La Nación’ y en el madrileño ‘Los lunes del Imparcial’. Ese periplo luso también fue fuente de inspiración para su libro ‘Por tierras de Portugal y España’.
En aquel viaje conoció al médico y escritor Manuel Laranjeira, con el que mantuvo una prolífica correspondencia a partir de esa fecha. Entre las cosas que más le llamaron la atención a Unamuno de Espinho se encontraba el arte xávega, la forma tradicional de pesca en la que se empleaban bueyes para arrastrar las redes que las embarcaciones adentran en el océano. De hecho en el libro ‘Por tierras de Portugal y España’ hay un capítulo dedicado a la pesca en Espinho donde asegura que los bueyes parecen estar arando la playa, ya que la imagen de estos animales arrastrando las redes le recordaba a la de los campos agrícolas de Salamanca.
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Según recoge Agustín Remesal en su obra ‘Por tierras de Portugal: un viaje con Unamuno’, el escritor regresó a Espinho en 1911. Llegó en tren vía Oporto y se alojó de nuevo en el hotel Bragança. Se reencontró con su amigo Laranjeira en el café Chinês. Un año después el médico y escritor luso se suicidó, algo que provocó una gran tristeza en Unamuno.
Fotos cedidas por el Museo Municipal de Espinho
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