Hace doscientos años Champollion dio el primer paso para el desciframiento de la escritura jeroglífica, con anterioridad habían sido muchos otros los que intentaron traducir los curiosos símbolos egipcios, igualmente fueron muy numerosos los viajeros que fascinados relataron su visita al país de las pirámides. Esos testimonios dieron lugar a numerosos textos.
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La Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca ha desempolvado los fondos de su colección relacionados con el antiguo Egipto y hasta el 29 de enero se pueden ver en la exposición “Una tierra en rojo y negro” en el Aula Lucía de Medrano de las Escuelas Mayores, en el marco de la programación diseñada por la Unidad de Cultura Científica con motivo de la “Semana de la Ciencia 2022”.
“Contamos la prehistoria de la egiptología, es decir, cómo se imaginaba Egipto antes de que realmente naciera la egiptología moderna con Champollion”, explicaba ayer Óscar Lilao, responsable del fondo antiguo de la Biblioteca Histórica y comisario de la muestra junto a Diego Corral Varela y Susana González Marín.
Manetón, sacerdote egipcio de época ptolemaica, escribió una especie de historia de Egipto y Flavio Josefo, Eusebio de Cesarea o Jorge Sincelo transmitieron sus conocimientos a los cristianos. La Biblioteca cuenta con algunos de sus ejemplares como el que perteneció a Diego de Covarrubias (1512-1577) en el que Flavio Josefo transmitió algunos de los pasajes más completos de Manetón. Pero no todos fueron fieles a los testimonios, Annio de Viterbo reescribió la historia según sus intereses como refleja el incunable expuesto en “Una tierra en rojo y negro”.
Las “Historias de Heródoto”, o la “Legatio babylonica” son otras de las curiosas obras que configuran la muestra en la que llama la atención el libro que recoge la “Mensa Isiaca” o “Tabula Bembina”, una plancha de bronce que, pese a su fama y ser objeto de numerosos estudios, resultó no ser egipcia y tener un valor estrictamente ornamental.
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El vínculo del copto con la lengua jeroglífica fue una idea que defendió y propagó en “Proddomus Coptus siue Aegyptiacus” (1636) Athanasius Kircher, autor también de un diccionario trilingüe copto-latín-árabe, que se utilizó hasta el siglo XIX.
Esos textos sobre la lengua forman parte de la muestra y también imágenes como el dibujo que en 1786 realizó Claude Savary sobre el interior de la Gran Pirámide o las imágenes que el conde de Caylus, reputado grabador, anticuario y mecenas, realizó de piezas que adquirió, como una esfinge de bronce.
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