Están en el Hospital de Los Montalvos para que el presente no les duela tanto, pero con la certeza de que el futuro ya no tiene cura.
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Son pacientes terminales que encaran el final y lo saben. Una espera en la que las miradas se quedan perdidas con facilidad y parecen estar viajando más allá de la ventana. Habitaciones en las que los silencios lo dicen todo... y de pronto un ruido: alguien llama a la puerta. Se abre y asoma el mástil de una guitarra.
“Es sorprendente cómo les cambia la cara y te reciben con una sonrisa en cuanto me ven aparecer por la puerta”, explica la musicoterapeuta Pilar Rodríguez. Licenciada superior en piano y máster en musicoterapia, es la banda sonora de Los Montalvos desde hace cinco años.
El hospital salmantino fue pionero en Castilla y León para demostrar que “la musicoterapia reduce el dolor, mejora la relajación, las emociones y en consecuencia reduce los costes”, enumera la especialista.
Pilar presta sus servicios un par de día a la semana, pero tanto pacientes como sanitarios coinciden en que se quedan cortos. “Hace falta invertir más en musicoterapia. Está comprobado que algunos hospitales han reducido el uso de la morfina. Crea un vínculo entre paciente y familiar que es imprescindible en este ámbito”, enfatiza.
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El protocolo es sencillo. Cuando un paciente ingresa en el ala de paliativos la musicoterapeuta le visita para ofrecerle su ‘tratamiento’: “Hacemos una entrevista el primer día, les conocemos, vemos qué necesidades pueden tener y al día siguiente regreso y hacemos una sesión”. Pilar intenta generar un vínculo a través de sus canciones favoritas. “A través de la música empiezan a recordar lo mucho que le gustaban la coplas, o cuando bailaban cierto baile... Y se crea el vínculo”, explica Rodríguez, que destaca que “lo importante de esta terapia es que la música conecte con la emoción”. “Algunos pacientes lloran y se desahogan al oír los acordes. Cantaba Francisco Alegre y una mujer empezó a llorar porque le recordaba a su padre, que se llamaba Francisco. Otras personas, en cambio, se ponen a bailar. Recuerdo a una señora que tenía mal la cadera y me dijo que quería bailar una jota. La hija le decía ‘mamá ten cuidado’, pero ella se empeñó, se levantó y se puso a bailar una jota con su hija. Conectó con la emoción y por eso la musicoterapia es tan eficaz y tan rápida. Se trata de vivir el presente, porque aunque te encuentras mal, estás respirando y en la medida de lo posible hay que vivirlo”.
Pilar Rodríguez lanza el guante de la investigación para quien lo quiera recoger: “Sería muy interesante realizar un estudio monitorizando qué estímulos y reacciones genera la música en el cerebro”, sugiere.
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De momento es la Unidad de Cuidados Paliativos la que apuesta por esta terapia, pero “podría ser aplicable a todo”, defiende. “Se ha comprobado que es muy efectivo en pacientes con Alzheimer, con los de Pediatría, y también lo experimentamos en Oncología”, recuerda al tratarse de una experiencia que le marcó: “Lo probamos en la sala de Quimioterapia. Es un lugar donde hay un sillón para el paciente, otro para el acompañante, y así unas 10 ó 20 parejas. Cada persona está totalmente metida en su problema y no se miran ni se comunican. Tuve que ir varios días para prepararme emocionalmente porque fue duro, pero de pronto empezaron a comunicarse. La gente en Oncología está muy triste. Había dos señoras y la que era más mayor no quería música. La compañera le insistió hasta que aceptó y cuando empezó a escuchar el sonido se sorprendió. ‘¡Pero qué es esto! ¡Me encanta!’ Recuerdo ese momento porque fue mágico. Una se alegró de ver que la otra se puso contenta. Los familiares sonreían de verlas así de alegres. El equipo profesional lo vivía también... Las dos fallecieron a los pocos meses, pero fue un momento inolvidable”, explica. Otra confirmación de la conveniencia de apostar más por la terapia -quizás- más bella en el momento más triste.
En el ranking de peticiones musicales destacan “los pasodobles, las coplas y las jotas”, al tratarse generalmente de personas de avanzada edad, pero el repertorio no tiene límites. El enfermo sugiere, la musicoterapeuta ensaya y prepara la canción y al día siguiente la interpreta. “Un paciente joven me pidió una canción de Extremoduro y yo encantada, porque a mí también me gusta”, confiesa Pilar Rodríguez.
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En ocasiones la petición va más allá de un simple hit. “Una señora que iba a fallecer muy pronto escribió un poema y yo lo musicalicé”. Era un agradecimiento al trato recibido y sonaba algo así como: “Estoy esperando a que crucéis la puerta de mi habitación, que entre la música y la alegría a mogollón [...] Que nunca olvidéis qué bonita y gratificante es vuestra labor. Durante este tiempo todo se para a mi alrededor. Hoy me siento libre; me siento mejor”.
Durante estos años de experiencia se han compuesto “blues para subir las defensas, canciones para aumentar la fortaleza y el espíritu. Se han compuesto canciones para cerrar un ciclo, para reír, para recordar, para unir, para celebrar el amor entre una pareja que llevaba casados 50 años y llegaba el momento de despedirse”, explica.
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La guitarra suele ser la gran protagonista, pero también se emplea el tambor oceánico, se ha improvisado con cajón flamenco, djembes, xilófonos... y alguna famosa pandereta. “Hubo un caso muy especial de un paciente que decidió dejar de comunicarse. No hablaba a los médicos, ni a los familiares... Son fases muy duras que hay que entender, pero nos dijeron que había sido panderetero. Le propuse traer una pandereta si él la tocaba y fue increíble. ¡Habló! Dijo ‘Ya veremos’. Cuando la trajimos se pasó todo el día tocándola y eso creó un ambiente de paz entre él y su familia que fue muy importante para poder despedirse”.
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