Jueves, 26 de enero 2023, 20:08
Cristina Ullán nació en Salamanca el 6 de noviembre de 1987. A pesar de haber gozado de una buena infancia, su vida se empezó a torcer cuando sus padres se divorciaron. Cuenta que para ella fue un hecho “doloroso y traumático”. Pero no ... fue hasta sus 17 años cuando los problemas comenzaron a invadirla.
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A tan solo dos meses de cumplir la mayoría de edad, Cristina conoció a un chico con el que estableció una relación. Sin tener en cuenta las advertencias de sus padres, la joven, en plena rebeldía marcada por la adolescencia, se mudó con él. “En casa sentía mucha falta de cariño y necesitaba salir de allí. Con esa edad te crees al primero que te dice que te quiere”, declaraba. El joven se dedicaba a la venta de estupefacientes y su camino acabó arrastrando también a Cristina, que además de traficar, coqueteaba con las sustancias. Todo se complicó aún más cuando tuvieron una hija.
Era 2011, la pareja tuvo otro niño. Después de los problemas legales a los que se enfrentaba su pareja, ella decidió irse, pero por entonces Cristina ya era drogodependiente y su estado le obligaba a consumir heroína diariamente. “Fue en ese momento cuando me vi en la calle, con la necesidad de conseguir dinero para las sustancias estupefacientes como fuera”.
Cristina se adentró en la prostitución, pero se dio cuenta de que los hurtos salían más rentables. La joven empezó a robar en supermercados, perfumerías, tiendas de ropa... sin embargo, dormir en la calle era lo más duro, así que buscó capital trabajando en un burdel.
Allí fue donde un hombre mayor que ella, le tendió una mano y le dio cobijo junto a él, en su casa. Pero por entonces el objetivo del día a día era “pasar el mono”, así que Cristina sustrajo sus bienes más preciados para poder venderlos y realizó transacciones desde su cuenta bancaria. No quería hacer sufrir al varón, así que se fugó.
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Una vez más en la calle, la chica fue interceptada por la Policía, que la ingresó de inmediato en la cárcel de Topas.
Fue exactamente el momento en que Cristina ingresó en Topas cuando la joven se dio cuenta de que debía cambiar el rumbo de su vida. Tan solo unas horas después de la entrada en la cárcel, un amigo de la familia fue a visitarla y mientras le enseñaba los DNI de todos los miembros de su familia, le dijo “mira lo que tienes ahí fuera”. “Fue el momento en el supe que tenía que cambiar”, declaraba Cristina.
Y de esta forma, la joven pidió ayuda dentro del centro penintenciario. Reconoce que en una ocasión sí que llegó a comprar una dosis de heroína, pero que en el pulso de ver quién podía más, la joven ganó y acabó tirándola por el váter. “Es muy difícil, tienes que enfrentarte a tus miedos y a tu pasado”.
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La ex reclusa vivió 63 días en la cárcel, y al salir, ingresó de inmediato en Proyecto Hombre, donde se sintió como en casa. Le dije a mi abuela: “ingresadme aquí porque si salgo a la calle, es probable que vuelva a consumir”. A base de mucho esfuerzo, voluntad y también pequeñas dosis de metadona, Cristina consiguió desintoxicarse por completo.
A partir de ese momento, su vida dio un vuelco. Cristina se sacó la licencia para conducir y comenzó a trabajar como interna en una casa. “Era una persona nueva, se notaba hasta en la forma de hablar. Gané 20 kilos y me arreglé la boca”, cuenta emocionada.
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Además, a día de hoy, Cristina tiene una niña de dos años y asegura que es lo mejor que le ha pasado en la vida, y que todo lo que tiene es para ella. “Antes de ella ya había sido madre, pero no me sentía como tal, no sabía lo que era llevar a los niños al colegio, prepararles el desayuno o cuidarles si estaban enfermos”, explicaba. Cristina está orgullosa de la persona en la que se ha convertido, y además, afirma que “sin mi pasado no sería lo que soy ni disfrutaría cada momento con los míos. Cada día para mí es un regalo de la vida”.
También agradece el apoyo, sobre todo, de sus abuelos paternos, que siempre la respaldaron. “Hubo una vez que quise acabar con todo, me encerré en un hostal y me metí grandes cantidades de cocaína y heroína. Llamé a mi abuela para despedirme. Pero no me ocurrió nada, supongo que siempre tuve el “angelito” de mi abuelo al lado para darme otra oportunidad”.
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