Anzhela Melnykova ha retomado su pasión por la pintura. Nata Polishchuk es escritora, filóloga y periodista ARCHIVO

La búsqueda de “inspiración para vivir” de dos artistas ucranianas

Anzhela, pintora, y Nata, periodista y filóloga, comparten sentimiento de culpabilidad por haber dejado atrás su patria y buscan sanación en sus pasiones artísticas

Martes, 26 de abril 2022, 21:17

“Recuerdo muy bien el momento en el que empezó la guerra. Nunca pensábamos que iba a ocurrir. Ucrania nunca tocó a nadie. Somos una tierra fértil, de gente trabajadora, con mucho talento y educación, que siempre llega a acuerdos. Pero el 24 de febrero cambió todo cuando empezaron las colas para sacar dinero, para comprar lo necesario en farmacias y tiendas y cuando sólo dejaban llenar con 20 litros el depósito de gasolina que no te permitía ir muy lejos. Parecía que la vida se terminara”. Así comienza el relato de Nata Polishchuk, periodista, escritora y filóloga ucraniana, acogida junto a su madre, su esposo y tres hijos en el albergue Lazarillo.

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Nata siempre tuvo interés por la cultura española, pero jamás imaginó que tuviera una inmersión casi a la fuerza. En la radio donde trabajó más de una década daban a conocer la música flamenca y la cultura española a sus oyentes. Su hermano, que reside en Madrid desde hace más de 15 años, alimentaba esa inquietud. Ahora, aunque Nata lleva un mes en Salamanca, confiesa que no tiene ánimo para visitar museos o conocer la rica cultura española.

Con un nudo en la garganta y con el apoyo de la traductora de Accem, recuerda sus últimos días en la radio. Ya no sonaba música, sólo información sobre la invasión. Cuando estaba frente al micrófono, Nata sentía pánico a que los cascos no le dejasen escuchar las alarmas antiaéreas y no pudiese llegar a tiempo al sótano de la emisora. Aquellos días, la fábrica de su marido paralizó la producción. Nata trasladó a sus hijos a una zona rural más segura con los abuelos y ejerció de voluntaria, reuniendo comida, ropa y donando su dinero. Pero llegó el momento en el que no pudieron seguir. “Aguantamos hasta el último momento y fue muy difícil psicológicamente tomar la decisión de dejar nuestra patria”, explica.

“Cuando hablan los misiles, las musas se callan”. Profesora de universidad, donde realizaba su tesis doctoral, y autora de dos obras de poesía y un libro de cuentos infantiles, Nata añora la extensa biblioteca que abandonó en su hogar, donde aún sigue colgada en una pared la guitarra de su hijo. “Él soñaba con tocar melodías españolas”, nos cuenta. “Yo quiero aprender español, que me está costando porque es difícil, y escribir poesía, pero la musa está dormida. Cuando hablan los misiles, las musas se callan. Siento vacío y silencio dentro. Sólo saco palabras de destrucción. Estamos intentando dar un sentido nuevo a cada día y encontrar esa inspiración para vivir”, admite con dolor.

Nata se levanta cada día con las noticias que llegan de su país y de su padre, que se quedó allí. “Mi abuelo fue militar veterano de la II Guerra Mundial y siempre nos decía que eso nunca podía volver a repetirse”. La filóloga habla del fuerte sentimiento de culpabilidad por los que sufren en su país. “Siempre pienso que puedo hacer más por ellos. Sientes que estás aquí sin hacer nada”. En su piso de Ucrania, que por suerte sigue entero, aloja a un matrimonio mayor desplazado que había perdido su casa. Nata también hace lecturas de sus cuentos en directo a través de internet para los niños y niñas que aún siguen en su país.

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En su éxodo, la periodista y su familia tardaron seis días en llegar a España. En Madrid se reencontró con su hermano, que ya ha venido varias veces a Salamanca para apoyarla. “Vive en un pequeño piso y no podíamos estar allí todos. Por eso tras pasar por el centro de acogida de Pozuelo, nos derivaron a Salamanca”, detalla Nata, que transmite el profundo agradecimiento de la comunidad ucraniana a la sociedad española. “Cada día sueño con volver a mi patria, pero a la vez entendemos que las destrucciones van a quedar por muchos años. Vamos a necesitar todo el apoyo para la recuperación”.

Al lado de Nata, en la habitación del albergue, Anzhela Melnykova asiente al escuchar el testimonio. Ella también salió hace un mes de Polonia con su madre, donde estaban acogidas por la iglesia cristiana, hacia España.

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Anzhela nació en una familia de artistas. De pequeña, su padre le enseñó las técnicas de la pintura, que completó con años en escuelas y cursos, de la mano de maestros rusos cuyos nombres ahora no puede ni pronunciar. Sin embargo, tuvo que aparcar su pasión. “No podía ser pintora para vivir”, explica la mujer, que trabajaba como dependienta en una joyería en una localidad de la provincia de Kiev cuando se inició la invasión rusa.

En su éxodo dejó atrás a su hijo, que está a la espera de que le envíen al frente. “Cuando me despedí de él, sabía que no había vuelta atrás. Cuando salimos de los bombardeos yo sólo pensaba que parte de esa vida ya se terminó y que Dios me quería enseñar otro camino para empezar de cero”. Así lo asume Anzhela, que estas semanas ha llorado mucho por su patria.

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“La violencia de Rusia no se puede perdonar”, sentencia mientras ensalza la valentía de sus compatriotas. Su vida la dedicó a trabajar en cuatro empleos para poder pagar su piso, que de momento es de los que sigue intactos en su barrio. “Tengo donde volver, pero no creo que lo haga”, admite la mujer, que por el día dedica su tiempo en el albergue a cuidar de su madre mientras que por las noches se libera gracias a la pintura. “Siento que es una sanación. Pintar es mi inspiración y mi salvación. Aquí siento que aprecian mi arte”, nos cuenta. Sus obras realistas, que ya han tenido compradores, desprenden ese anhelo por la paz y por buscar lo bello de la nueva vida.

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