Miércoles, 23 de marzo 2022, 09:28
Helena Pimenta (Salamanca, 1955) dirige “Los pazos de Ulloa”, adaptación teatral de la inmensa novela de Emilia Pardo Bazán que se representó en el Teatro Liceo el pasado 19 de marzo
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–¿No pudo venir a Salamanca el pasado sábado?
–Estaba con otro trabajo. Iré el día 2 por cuestiones familiares, pero me hubiera encantado estar en el Liceo porque hubiera sido un encuentro extraordinario con el público y “Los pazos de Ulloa” es una obra que adoro.
–No pensaba que iba a dirigir una adaptación de una novela tan monumental.
–La verdad es que no. Conocía la novela, pero cuando estudié la propuesta teatral de Eduardo Galán y volví sobre la obra de Emilia Pardo Bazán, me quedé subyugada. Me pareció un material maravilloso para trabajar en el teatro, con esos temas tan dolorosos, tan tristes. Parece imposible que la autora tuviera fortaleza para denunciarlos.
–Helena Pimenta fue actriz en Salamanca.
–En la Universidad, con ilusión y afición. En el departamento de francés madame Paulette Gabaudan, la mujer de Luis Cortés, fue mi maestra en Filología y también en el teatro. Yo creo que fue quien me metió en lío, sin darme demasiada cuenta, porque yo no aspiraba a ese camino. Recuerdo estar en el equipo de “Rinoceronte”, de Ionesco, con mi amiga Mari Luz. Hay fotos de aquel momento.
–¿Está ahí el germen de su vocación como directora teatral?
–Sí, estoy segura. En la Universidad había cierta querencia hacia el teatro, con el Aula Martín Recuerda y el Aula Juan del Enzina. A mí aquello me llamaba la atención. Luego yo empecé a trabajar muy joven como profesora de instituto y empecé a trabajar el idioma a partir del teatro porque era un camino que me sonaba.
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–Su ilusión, cuando terminó la carrera de Filología Moderna, fue sacar las oposiciones y ser profesora. La vocación por el teatro fue tardía.
–Yo adoraba la enseñanza: tenía muchísima vocación. Me encantaban la Filología y los idiomas. Estaba convencida como profesora. Hasta que un día vi que, si no dedicaba el tiempo suficiente al teatro, no iba a poder avanzar. Tuve dos amores y elegí el teatro, que era algo más arriesgado. Tendría ganas de líos.
–Recordamos mucho a su padre, Augusto Pimenta. ¿Qué le dijo en aquel momento?
–Papá decía: “Hija, de verdad no te entiendo. ¿No estás yendo para atrás?”. Luego fue comprendiéndolo. Y actuó entre los romanos en “Coriolano” en la Plaza Mayor de Salamanca en 2005. Cuando ensayaba con él, se dio cuenta de que le gustaba tanto o más que a mí.
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–La familia Pimenta tuvo la librería Atenea, en la calle Brocense.
–Ahí aprendimos muchísimo de libros, de comunicación, de relaciones con la gente, de lo que significa la vida... Igual hace 48 años que ya no está la librería. Fue un proyecto que inició mi papá y dijo que le gustaría contar con todos. Y yo me recuerdo allí con 15 años, trabajando. Fue muy divertido, apasionante y hubo mucho hermanamiento entre nosotros.
–¿Su madre, la salmantina Raquel Hernández, también trabajaba en la librería?
–Sí, era también nuestra jefa. Y todos nosotros nos íbamos turnando, sobre todo Loles, Chus, Augusto y yo. Alberto no estuvo porque era muy pequeño, igual que Ana, que también era pequeña.
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–Se fue joven de Salamanca y luego ya no volvió.
–Trabajar fuera era el destino de la mayoría y estábamos preparados para que así fuera. Mi primer destino fue Vitoria con una plaza de PNN y estuve dos años. Después de sacar las oposiciones, trabajé en Rentería, primero en la enseñanza y luego en el teatro. Más tarde me vine a Madrid. Pero nunca he estado lejos de Salamanca: hemos adorado la ciudad y todos tenemos una vinculación estrechísima con Salamanca. Salamanca es mi amor juvenil.
–Profesionalmente, en Salamanca siempre ha estado en palmitas.
–Salamanca me ha respetado con enorme cariño siempre y he dirigido dos trabajos importantísimos en coproducción gracias a Salamanca: “Luces de bohemia” en 2002 y en 2005 “Coriolano”, de Shakespeare, que es un hito en mi carrera. Y además participé en la inauguración de la Capitalidad Cultural. “Luces de bohemia” sumó 70.000 espectadores con la gira que hizo y fue una obra de referencia para el público, que siempre ha respetado a Valle-Inclán. Todos mis trabajos de dirección han pasado por Salamanca y han sido muy bien recibidos por el público. Es como si yo tuviera siempre la necesidad de cotejarlo con mi gente. Salamanca me ha acompañado e impulsado siempre.
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–Ha estado al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de 2011 a 2019. ¿Sintió que rompía un techo de cristal?
–Me sentí orgullosa. Era la primera vez que una mujer dirigía la CNTC. Fui consciente y me sentí responsable. Tenía la responsabilidad de hacerlo muy bien. Es una etapa felicísima de mi trayectoria. Esos ocho años han sido una delicia y he aprendido mucho. Estoy orgullosa de lo que pasó, de lo que hicimos en aquel momento y del equipo que trabajó conmigo.
–Se le reconoció con la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes.
–Y he tenido también el reconocimiento del público. Si te valoran y reconocen el trabajo, y la gente se toma la molestia de ir a ver las obras de teatro, ¿qué más podemos pedir?
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