Miércoles, 3 de noviembre 2021, 18:49
Cuando en 1994 a Jesús Garrote le ofrecieron la oportunidad de ponerse al frente de la Casa Escuela Santiago Uno los medios de comunicación le entrevistaron. Entonces, dijo que su sueño era poder cerrar la Casa Escuela, pues ello significaría que ya no habría niños y jóvenes en exclusión social. Sin embargo, 27 años después afirma que ha ocurrido todo lo contrario y cada vez son más los menores que necesitan una ayuda. “Cada vez vienen a edad más cortas y también chicos de familias de bien”, lamenta el actual director.
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Atrás quedó ese pequeño centro con 26 alumnos y hoy la iniciativa es un amplio proyecto de formación e inclusión para todo tipo de realidades sociales. A día de hoy cuentan con 600 alumnos y 90 trabajadores, 12 viviendas- hogar dedicadas a protección a la infancia y al cumplimiento de medidas judiciales, y una casa de acogida para inmigrantes sin techo en Chamberí. De la misma forma, en el proyecto se integra una escuela de circo, otra de cine, diversos proyectos de cooperación al desarrollo, una cooperativa rural y dos centros de Formación Profesional —uno en Santiago Uno y otro en Lorenzo Milani—, en los que los chicos aprenden diversos oficios como jardinería o cocina.
“Los últimos han cambiado. En la época de José Luis Corzo la mayoría eran chicos de campo que carecían de formación pero cuando yo empecé ya nadie se quería dedicar a la agricultura, por lo que lo enfocamos más por un proyecto ecosocial. Trabajamos con gente en exclusión social por medio de la naturaleza, como el Centro de Recuperación de Animales Salvajes, en el que salvamos 500 aves al año”, explica.
La idea es ayudar a todos aquellos que lo necesiten a desenvolverse en la vida. “Ha habido casos de chicos con 8 años que le han echado de la escuela y otros que con 12 se fugan porque sufren abusos y se sienten humillados. Lo que tenemos es una carta de oficios en los que esos jóvenes prueban hasta 20 perfiles profesionales, desde maquillaje y peluquería hasta apicultura, pasando por percusión. Así saben qué es lo que les gusta y a partir de ese momento pueden elegir continuar su formación con nosotros en alguno de los grados medios o superiores”, relata.
Y además lo hacen compartiendo clases con alumnos de fuera de Santiago Uno, algo vital para Garrote. “La sociedad vive en una burbuja, en un mundo muy reducido que se piensa que muchas veces esta gente es infractora porque les apetece. Nos encontramos carencias de todo tipo: maltrato familiar, chicos que han sido abandonados por la familia biológica y luego por su familia de acogida, estrés postraumático, hiperactividad, violencia de género... Yo cuando llegué aquí la mayoría procedían de familias desectructuradas pero ahora también vemos de familias de bien, padres que trabajan mucho y cuando se dan cuenta su hijo está enganchado a la cocaína”.
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Por eso, después de todos estos años Jesús Garrote solo tiene un sueño: “Acompañar a los chicos y chicas de Santiago Uno y a mis hijas a conseguir los suyos. Hay veces que digo que soy el más fracasado de Santiago Uno porque siempre recuerdas a aquellos a los que no has podido ayudar y eso sobre todo pasa cuando nos llegan los hijos de los que ya un día fueron nuestros chicos. Es duro”, concluye.
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