Martes, 23 de agosto 2022, 10:18
SI lo hubiesen hallado en la superficie o en cualquier calle cercana, la explicación sería más sencilla. Pero, ¿qué hacían enterrados a 800 metros de altura sobre el nivel del mar, a más de 300 kilómetros de la playa más cercana y bajo una construcción del siglo VII-VI antes de Cristo restos de un animal marino? “Lo que sí es seguro es que hemos encontrado un diente de tiburón fósil”, insistía el profesor del departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca, Juan Jesús Padilla, mientras sus compañeros de excavación los arqueólogos Cristina Alario y Carlos Macarro asentían.
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Pero, ¿cómo ha llegado hasta aquí? “No lo sabemos”. ¿Fosilizado? “Sí, puede ser. Lo tienen que mirar especialistas, pero es de tiburón fijo”, recalcan Macarro y Padilla. Entonces, ¿estaba en la roca madre, es decir, por debajo de los restos de este primer poblado que se asentó en Salamanca? “No. Estaba justamente en ese suelo. Puede ser un colgante. Estaba junto a fragmentos de cerámicas”. ¿Y cómo ha llegado hasta aquí? “Es posible que tenga que ver con esa comunicación tan fluida con el Mediterráneo Oriental que había en la primer Edad de Hierro”, explica el profesor. “Si es de esa época, pudo venir con los productos del mar que traía la gente”, añade el arqueólogo municipal dejando claro que aún queda mucho que investigar.
Después del amuleto egipcio cuyo hallazgo sorprendió el pasado verano y los restos de cerámicas de origen fenicio y de culturas mediterráneas orientales, el colmillo de escualo deja claro que, gracias a las rutas comerciales, para los primeros habitantes de Salamanca el mar no estaba tan lejos como cabría pensar ni tampoco vivían aislados de la influencia de las civilizaciones asentadas a orillas del Nilo o en los territorios que hoy ocupan Siria, Líbano y el Norte de Israel.
Pero, el de tiburón no es el único diente hallado este agosto en el Cerro de San Vicente. El pasado año, en la anterior campaña ya encontraron un diente humano en la casa de planta circular que perteneció a un miembro destacado de aquella aldea prehistórica, y este verano han descubierto otros tres más. “Puede que alguno de ellos sea también animal”, recalcan los expertos a la espera de que se realicen las pertinentes pruebas.
Durante estas tres semanas de excavación —aún les queda una y media—, en la que están colaborando 25 estudiantes de la Universidad de Salamanca, también se han topado con otro elemento curioso entre los “desperdicios” que quedaron en los cenizales de aquel poblado que años después se trasladaría al teso de las catedrales para hacer crecer la ciudad de Salamanca. “Hemos encontrado restos de caparazón de tortuga, consumida. Bueno, que son del Tormes”, apunta Padilla.
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Durante la excavación realizada en el singular edificio de adobe que, al parecer se destinó al culto y los rituales, se han “desempolvado” también fragmentos de platos, cuencos y jarras de barniz rojo de origen fenicio, así como dos cuentas de collar de fayenza, propia de las culturas egipcia y del Mediterráneo Oriental. Estos descubrimientos de piezas, que en muchas ocasiones tan solo miden unos centímetros, refuerzan la idea cada vez más evidente de que aquel poblado de la Cultura del Soto —que se desarrolló durante medio milenio, entre los siglos IX y V a.C. en la zona mesetaria de la cuenca del río Duero— no vivía aislada, sino que el comercio marítimo y las rutas terrestres que atravesaban la península la hicieron permeable a la influencia de las grandes civilizaciones asentadas en lo que en la primera Edad de Hierro podía parecer el otro lado del mundo. Unos trabajos que añaden valor al parque arqueológico de Salamanca, lo convierten en fuente de información histórica y despiertan más interés turístico por el poblado.
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