Interior de una residencia de ancianos. E.P.

El desgarrador testimonio del director de la residencia de Beleña: “Algunos mayores fallecían esperando la ambulancia”

Alberto Rodríguez confiesa que llevar a los usuarios al Hospital “a veces suponía aumentar su gravedad”

Jueves, 17 de diciembre 2020, 18:19

Las primeras semanas de la pandemia fueron las más duras para las residencias de Salamanca. Días terribles en los que la incertidumbre de lo que era bueno o malo para los infectados lo inundaba todo. Así lo cuenta Alberto Rodríguez, director de la residencia de Beleña y secretario de Acalerde, Asociación de Residencias de la Tercera Edad en Castilla y León.

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“Entonces los centros de salud y los hospitales estaban desbordados. Faltaban EPI y información coherente. Aquí no sabíamos si poner paños con lejía a la entrada de las habitaciones era bueno para los usuarios. Desconocíamos si incluso podría ser perjudicial”, recuerda.

Sobre el fallecimiento de usuarios en el centro sin posibilidad de acudir al Hospital, Rodríguez reconoce que aquellas semanas los médicos estaban desbordados. “Llamábamos al centro de salud y a veces las ambulancias llegaban cuando el enfermo ya había fallecido”. Recuerda cómo los facultativos de su zona estaban sobrepasados con las llamadas del resto de residencias y de particulares de la comarca.

“Nosotros logramos derivar a algunos enfermos al Hospital, muchos de ellos con otras patologías a las que se añadía el COVID-19. Llevarlos al centro asistencial a veces suponía aumentar la gravedad de lo que tenían por la excesiva concentración de microorganismos de estos entornos”, explica Rodríguez.

Por eso muchos de los contagiados se quedaron en la residencia, donde el médico se puso en contacto con el equipo COVID de Salamanca para tratarles sin salir del centro. “Hubo usuarios que se quedaron en la residencia porque vimos que respondían al tratamiento. Incluso tenemos uno que sufría un cáncer, además del coronavirus, y en este momento ha superado los dos procesos, incluso sale a pasear por el pueblo”, relata el director.

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Nueve meses después del inicio del estado de alarma los directores de las residencias han aprendido mucho y a marchas forzadas. En el centro de Alberto Rodríguez no se han anotado bajas en la segunda ola, ni siquiera pacientes con síntomas. “Todo se ha debido al exceso de celo, a los EPI y sobre todo al personal de las residencias, que se protege con dos mascarillas, uniforme, bata, guantes....”.

El director reconoce que el material de protección es un gasto “excesivo” al que tiene que hacer frente, “pero ha merecido la pena por la sencilla razón de que no nos ha pillado esta segunda ola del virus y no hemos vuelto a tener el más mínimo rastro de él”.

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Atrás quedó la época en la que el centro, con cerca de 90 trabajadores, 170 residentes y las visitas podía llegar a altas concentraciones de gérmenes y patógenos. “Lo peor fue la desorientación, no sabíamos si ventilar o no. Encima nos decían que las mascarillas no eran necesarias. Si llegamos a saber que son fundamentales para evitar contagios las hubiéramos hecho de servilletas”. Rodríguez recuerda cómo en los primeros días los asintomáticos paseaban por el edificio “y a la semana empezaban a caer”. Pero rápidamente tomaron cartas en el asunto y organizaron el centro.

“Lo primero que hicimos fue usar los salones, el gimnasio y los comedores como zonas de dormitorio. Eran como los antiguos hospitales con camas separadas a los lados y un gran pasillo en el centro”. De esta forma lograron aislar a los residentes.

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Lo bueno que saca de esta situación es que gracias a las mascarillas por el momento no han tenido problemas con la gripe como otros años. “No hemos tenido ni una baja por neumonía o catarros. Lo achacamos a la capacidad preventiva de las mascarillas. Para nosotros ha sido como una vacuna, una medida superpreventiva”.

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