“Estuve más en el cementerio que aquí”. Es la demoledora frase con la que Antonio Cruz rememora el pozo sin fondo en el que empezó a caer cuando apenas tenía 11 años. Por aquel entonces, lo que empezó como un mero hobby con sus amigos terminó convirtiéndose en una adicción de la que no pudo despegarse hasta hace relativamente poco, cuando recaló en la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Salamanca, de la que ahora es presidente.
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Cuando apenas era un niño, beber cerveza con vino dulce se convirtió en una rutina de la que tampoco pudo escapar cuando se fue a Benidorm y empezó a frecuentar las barras libres, en las que no podía vivir sin agarrar un vaso. Al llegar a Madrid, su calidad de vida empeoró. Trabajar en una cervecería, en un bingo y en una bolera y el hecho de beberse una botella de whisky cada día empezó a ‘cegarle’ de tal forma que no tardaría en dejar relegado a un segundo plano lo que verdaderamente era lo más importante de su vida. Fue en la mili cuando llegó la oscuridad. “Todavía recuerdo cómo en la mili me bebía los cubatas como si fueran botellas de agua”, asegura conmocionado Antonio Cruz, rememorando, además, lo difícil que fue para él ver que a muchos de sus compañeros les concedían lo que a él no: el permiso para ver a su familia.
A su regreso, el pilar fundamental que suponían para él su mujer y sus hijos empezó a tambalearse. “Yo siempre llegaba a casa tan perdido que mi mujer y mis hijos se marchaban a la habitación porque sabían que la iba a liar”, rememora afirmando, además, que fueron muchas las personas que le avisaron de que estaba perdiendo todo lo que le rodeaba por lo mucho que bebía. “Tú no te das cuenta de que estás en una bola de la que es imposible salir solo. Crees que vives en una situación normal y niegas ser un alcohólico. En una de esas veces en las que ni siquiera podía abrir la puerta de casa, mi mujer se hartó y me obligó a elegir entre el alcohol o ella y yo, como era un adicto, no lo dudé”, comenta Cruz recontando las muchas veces que sus hijos le amenazaron con ponerle en la puerta de la asociación.
“Entre las muchas veces en las que me emborraché, ha habido varias en las que he acabado en el hospital con un coma etílico. Yo siempre creía que consumir alcohol era la solución perfecta para mis problemas y lo único que hacía era crearme más. Mi familia era consciente de que la única opción que tenía era la de recalar en la asociación o en el cementerio”, recuerda Antonio Cruz, que fue testigo e cómo empezó a perder el apoyo de sus amigos y de su familia, a la que ha recuperado hace poco después de haber superado la terapia.
“Cuando entré en terapia, pasé seis meses fatales. Al principio, no hablaba con nadie, pero conocer la historia de los demás me ayudó a que soltara todo lo que quería soltar. Cuando más en shock me quedé fue cuando me dijeron que era un enfermo mental”, asegura estando ahora desde el otro lado, donde intenta echar una mano a toda la gente que se ha quedado sin familia y sin trabajo por todo lo que él mismo vivió pese a que, a veces, se encuentra con algunos contratiempos o con situaciones tan desagradables como la de no volver a alguien que estaba muy ‘enganchado’.
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“La mente siempre te puede y somos nosotros los que tenemos que poderle a la mente. Un 80% de las personas que han pasado por la asociación salen hacia adelante, pero hay otras muchas que recaen y eso me parte el corazón. Por eso, no me importa estar todo el tiempo que sea para hacerles ver que tienen una esperanza y que han de poner voluntad para salir del pozo en el que se encuentran”, reconoce Antonio Cruz poniéndose, una vez más, en la piel de aquellos que más han sufrido y siguen sufriendo por el alcohol.
Para Antonio Cruz, que ya le ha dado el portazo definitivo al alcoholismo, una de las cosas más importantes que se tienen que hacer para evitar todo lo que vivió él es concienciar a los más jóvenes. Además, como presidente de la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Salamanca, recalca que la sociedad tiene que seguir trabajando para que la gente que sufre adicciones de este tipo no tenga miedo a reconocer su situación. “La Asociación de Alcohólicos Rehabilitados es un salvavidas y un salvafamilias. Gracias a ella, he vuelto a empezar. Gracias a ella, he vuelto a vivir una vida que no conocía”, sentencia.
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