Domingo, 26 de junio 2022, 13:59
El cielo pacífico al llegar a España fue sorprendente ya que en Ucrania siempre que mirábamos al cielo esperábamos peligro”. Así narra Nata Polishchuk cómo fue su impresión a su llegada a España para residir en el albergue de Lazarillo de Tormes en Salamanca, el pasado mes de marzo, junto a su madre, su marido y sus tres hijos.
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Escritora de tres libros, filóloga y también periodista, transmitía a diario, refugiada en un búnker, las noticias de la situación de la guerra en su ciudad, Jmelnitsky -una localidad en el centro de Ucrania-, hasta que pudo salir del país junto a su familia y venir a España, donde está centrada en aprender todo el español que puede a través de las clases que imparte la Universidad Pontificia de Salamanca.
Su marido Volodimir, jefe contable de una importante multinacional ucraniana, no quiso esperar a que los problemas derivados de la guerra se solucionaran por sí solos. A su llegada a Salamanca, fue el único hombre que buscó un trabajo de lo que fuera para poder mantener a su familia, de manera que, mientras aprende español para tal vez poder ejercer su oficio en España, trabaja en la construcción como albañil, algo que Nata reconoce que le resulta “costoso”. “Viene con dolores cuando regresa a casa y está muy moreno”, afirma la mujer.
La periodista ucraniana cree que la situación de la familia es “afortunada” pues cuentan con la “ayuda de Dios y mucha gente como Linette, la coordinadora del centro” y siente que su vida “es una realidad paralela al vivir en Salamanca y dejar la guerra atrás”.
Algo por lo que está “muy agradecida al alcalde, Carlos García Carbayo, y a todos los habitantes de Salamanca, así como a las nobles familias salmantinas por su apoyo personal. La victoria de Ucrania, que la podrán hacer posible, será celebrada por millones de personas en todo el mundo”, declara con un hilo de esperanza.
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Asimismo, también ha hecho alusión a las palabras del papa Francisco en uno de sus discursos, en el que animaba a “preguntarnos qué ha hecho cada persona por Ucrania, por la victoria del bien. La respuesta nos acercará a Dios”, una cuestión que, en concreto tanto Salamanca como España, están respondiendo muy positivamente a juicio de la ucraniana.
Durante su estancia en el albergue han convivido felices aunque el cambio ha sido duro, algo que los niños han sufrido tanto en el colegio, debido a la dificultad para aprender el español, como por las noches, ya que pasaron por un periodo en el que tenían pesadillas y solo el escuchar el ruido del helicóptero del Sacyl pasar cerca les asustaba. Sin embargo, ahora se encuentran felices y arden en deseos de darse el primer chapuzón de la temporada en la piscina por el calor que viven estos días.
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Nata procura estar al tanto de todo lo que se refiere a su tierra natal, y en los últimos días cada vez suena más fuerte el hecho de que Ucrania vaya a ser miembro de la Unión Europea, algo que a su juicio es ya un hecho, “Ucrania es Europa, hay personas valientes y fuertes y tenemos una gran cultura, por eso debemos entrar. Esta guerra se contabiliza además, con un alto precio”.
Al ser una de las primeras familias que disfrutarán de un piso cedido por la empresa salmantina Limcasa, Nata declara que están “contentos y excitados con la idea. Es un piso de paredes blancas, como una página en blanco en el que mi familia podrá empezar un nuevo capítulo”. Está previsto el traslado en una o dos semana
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Tras cinco meses de conflicto, la periodista nota que la gente sigue empeñada en ayudar al pueblo ucraniano, no ha desistido en dicha tarea ya que “es imposible cansarse de la muerte, es algo que no se puede normalizar. La indiferencia nos define como seres humanos y Ucrania no se rinde y la gente debe seguir apoyándonos”.
La familia Polishchuk no se rinde a pesar de las circunstancias que les ha traído hasta Salamanca, una ciudad que Nata considera ya “su segundo hogar” y en la que tratan de salir adelante todos los miembros de la familia. Ella continua escribiendo en el centro a la vez que aprende español, mientras que su marido trabaja en la construcción para mantener económicamente a la familia y construir una nueva vida aquí.
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No son los únicos que se adaptan, ya que su hijo Taras, con solo nueve años de edad, está aprendiendo a tocar la guitarra de nuevo tras abandonar la suya a toda prisa, colgada en la pared de su antiguo hogar, en Jmelnitsky, y a su llegada a Salamanca consiguió una con la que sigue trabajando en sus habilidades y próximamente hará la prueba para entrar en una academia de música de Salamanca.
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