Jueves, 24 de marzo 2022, 19:15
Es, posiblemente, la peor planta de todo el Hospital de Salamanca durante los últimos dos años. La sexta izquierda del Clínico, la de infecciosas, es la única que no ha cerrado desde que se declaró la pandemia del coronavirus hace ahora dos años.
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Jennifer Hernández, enfermera de Medicina Interna, ha vivido la pesadilla íntegra y desde el primer día. “Después de carnaval de 2020 ya vimos que estaba pasando algo, pero cuando empezó la avalancha de ingresos lo que sentíamos era pánico. Entrar al Hospital cada mañana era como meterte en una guerra. No sabíamos cómo se contagiaba y hasta que fueron llegando los epis nos vestíamos con plásticos que traíamos de casa o con guantes que nos donaban las peluquerías”.
Jennifer confiesa que jamás había sentido tanta muerte alrededor. “Hacías la ronda en la planta y apuntabas un muerto, otro muerto... La gente ingresaba más o menos bien, se manejaban por si mismo, y a los 10 minutos empezaban a ponerse malísimos”, recuerda.
Los sanitarios sentían por entonces la enorme impotencia de no poder darles remedio. “¡Es que ellos sabían que se morían! Se daban cuenta perfectamente. Y estaban solos. ¡Era tan angustioso! Nos pedían que llamáramos a su familia porque veían que se morían de un momento para otro. Nosotros les decíamos que estuvieran tranquilos y que con la máquina que les íbamos a poner -oxígeno junto con medicamento- mejorarían, pero morían continuamente y muchas veces estaban solos en la habitación”.
Durante la primera ola, aunque inicialmente faltaba de todo, la necesidad más acuciante era la del personal. “Lo peor era decirles que no podían entrar en al UCI, y ellos veían un hospital nuevo y sin estrenar por la ventana, pero no eran un problema de camas, sino de intensivistas”.
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Frente a quienes dicen que habría sido útil mostrar imágenes a la población. ‘Jenny’ defiende que “hay imágenes que es mejor no tener que ver”. “Hubo un momento en el que no teníamos más camillas para sacar los cadáveres y se nos juntaban en los pasillos para llevarlos al mortuorio. Nos parecía horrible y nos decían otros compañeros que en Madrid era mucho peor”. ¿Llegar a olvidarlo?, les preguntan. “Lo recuerdo cada día”.
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