Lunes, 7 de diciembre 2020, 11:47
En el mes de junio Alberto Garrido, un joven hostelero salmantino, ojeaba un periódico digital y se emocionaba con la historia del propietario de un bar del norte de España. El camarero relataba a un medio local cómo un cliente de toda la vida, aprovechando la reapertura del bar tras semanas cerrados por la COVID, le había dejado un misterioso sobre en el que incluía una suculenta propina. “Por todas las consumiciones que no he podido tomar”, decía la nota que acompañaba al dinero, un gesto con el que el hombre pretendía ayudar al sector frente a la crisis derivada por el coronavirus. “Qué bonito, pero estas cosas no pasan”, pensaba Alberto desde su casa. Sin embargo, el sábado era él quien lloraba tras vivir una experiencia similar en su propio establecimiento: 30 euros por un café.
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Cinco años atrás este sanitario salmantino decidió dejar su trabajo en una asociación de padres y madres de personas con parálisis cerebral y montar junto a un amigo un bar en el barrio de Capuchinos de Salamanca. “Los vecinos nos acogieron muy bien y la verdad es que cada año hemos ido a mejor. Quejas no tengo ninguna. Mucho trabajo sí, pero de eso se trata”, explica.
Sin embargo la llegada del coronavirus ha trastocado, y mucho, su rutina diaria. “Estos meses están siendo durísimos. No recibes las ayudas y sigues pagando. Sientes un agobio continuo. Pero ya no solo económicamente, sino también psicológicamente. Vives bajo la presión de no saber qué es lo que va a pasar y de repente dejas de ver a clientes con los que conversas a diario y te preguntas si están bien o han caído enfermos... No sé explicarlo, es una angustia constante que no se te va de la cabeza”, afirma.
Después que la Junta de Castilla y León levantara el cierre de la hostelería, Alberto Garrido, de 26 años, volvió a levantar el viernes la trapa de su negocio con la ilusión del primer día. Sin embargo fue el sábado cuando uno de sus clientes le dejó sin palabras. “Estaba sirviendo cuando de repente apareció un cliente al que le tengo mucha estima y me dio 30 euros para pagar un café. Sinceramente me pareció raro y pensé que me debía algo de otro día o que quería un décimo de lotería. Pero mi sorpresa fue cuando fui a darle la vuelta y me dijo: ‘No, esto por todos los cafés que no me he podido tomar este tiempo. Una pequeña ayuda”, cuenta el joven emocionado, quien asegura que intentó rechazar de lo más agradecido la propina y no pudo hacerlo por la insistencia del hombre.
“Sonará a cursi pero se me pusieron los ojos llorosos y esa noche no pude pensar en otra cosa. Con la que está cayendo y lo mal que lo estamos pasando ese gesto me ha hecho levantarme con otro ánimo. Me ha servido para darme cuenta que la gente nos apoya, siente empatía por el sector e intenta poner su granito de arena en todo lo que puede. De verdad que a mí este año ya me ha tocado la lotería con esto”, concluye.
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