Al igual que, paradójicamente, en el ser humano afloran ansias de lanzarse al vacío en paracaídas cuando se ha escapado de las garras de la muerte, muchas personas que padecen enfermedades y luchan diariamente con escollos físicos o psicológicos, se sienten atraídas por rutas que desnudan miedos y ansiedades.
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Es el caso del Camino de Hierro, tal y como relata la guía Maribel Bartol, testigo de la transformación de los visitantes más memorables, entre ellos, una mujer con alzheimer decidida a hacer el camino sola, aunque su marido finalmente la acompañó. “Era algo muy importante para ella: demostrar su autonomía”, señala la guía.
Para ello organizó sus horarios de toma de medicación y la monitorizamos pero sin estar encima, con naturalidad, y lo logró, sintió una gran satisfacción”, afirma conmovida. También personas con limitaciones físicas han emprendido este viaje de realización personal. “La semana pasada vino una persona con dificultad para caminar, que se había estado preparando para este momento, y lo consiguió”, recuerda Maribel.
Se trata, insiste, “de un recorrido interior, y no meramente físico”. Y es que el precio a pagar va más allá de lo económico: la confrontación de miedos irracionales muy arraigados, como la claustrofobia, el vértigo, y hasta el pánico a la más absoluta oscuridad.
La recompensa es inesperada: “Una pareja se conoció aquí, se casó y a día de hoy siguen juntos”, añade con entusiasmo la guía del Camino de Hierro.
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