Llevamos décadas renunciando a nuestras raíces. Por aquello de que en el imaginario colectivo lo rural -y lo provinciano- se presenta como algo caduco y retrógrado, nos avergonzamos de lo que fueron y de lo que somos para que puedan ser. Admitir nuestra condición de ... no ser urbanos -con independencia de sentimientos identitarios nacionalistas, regionalistas, localistas o lo que sea- sigue suponiendo admitirte como un ciudadano de tercera que supuestamente no entenderá muchas de las aristas de la modernidad. Sin embargo, y como casi siempre, la cultura dominante bebe de esas fuentes a las que los locales muchas veces les damos la espalda. Aunque no siempre en la mejor de sus versiones.
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El máximo exponente a nivel nacional de esto que relato quizá sea Rosalía. Una cantante catalana, que mezcla música urbana con flamenco y que sesea poniendo acento andaluz, que ha conseguido llevar el castellano – el de España- al panorama internacional. Como diva mundial ha cantado con todo el panorama musical en boga (Bad Bunny, Billie Eilish, The Weeknd...), ha puesto voz a grandes producciones como Juego de Tronos y se ha relacionado con celebridades mundiales como las Kardashian. Todo ello valiéndose de una iconografía muy del populacho y de una música tan propia del sur de nuestro país como es el flamenco. No obstante, no ha sido la única. El cantante C. Tangana, “El Madrileño”, ha sabido apuntarse el mayor tanto en este asunto. Actualmente en el epicentro de la música de nuestro país, ha mostrado una voluntad de recoger lo popular, lo cañí, sin clichés y adaptándolo a lo comercial. Una vez más una apropiación cultural de las cosas del pueblo para el disfrute transversal, para crear una cultura españolista sin reivindicación de clases. Una cultura salida del vulgo en la que lo que escucha el chaval en su tractor mientras siembra y la hija del barrio obrero es lo mismo que baila el niñato rico votante del fascismo saltándose las medidas sanitarias. Similar apropiación a la que hizo la Iglesia con las fiestas paganas. Si bien, y aún con todo el esfuerzo de C.Tangana de hacer alarde de una hispanidad un tanto peligrosa, los de estas tierras vacías tenemos el espacio en este imaginario que tradicionalmente nos corresponde.
En uno de los últimos temas de El Madrileño, “Demasiadas mujeres”, volvemos a ver el dibujo de una parte de España: la caduca. Y, por tanto, atractiva para los modernísimos. El videoclip, que mezcla imágenes rurales con un ritual funerario al sonido de los acordes de una marcha de Semana Santa, fue rodado en Aragoneses, un pueblo segoviano de 30 censadas. Nada más empezar observamos ese retrato que el cateto moderno tiene de nuestra autonomía: un señor bajo una cruz en un amplio campo castellano buscando cobertura; un frontón desconchado con una gran bandera constitucional en la que se reza “Biva el rey” entre las míticas pintadas de los quint@s; una casa en ruinas con una chapa en la que pone “Se vende” ... Todo muy característico. Pero con una iconografía bastante errónea dado que suena La Campanera de fondo. ¿Aquí no tenemos nada propio? ¿O es que directamente la idea de España está articulada en torno a nuestra idiosincrasia y por eso no destaca?
Mientras tanto, y siguiendo en el lado de la modernidad bien, grupos como Califato ¾ mezclan -acertadamente- lo que para alguien que no es estudioso de la música como yo suena a música de procesión con electrónica. Pero mostrando orgullo andaluz hasta en la grafía de los títulos de sus canciones. O Rodrigo Cuevas, que llena salas de toda España reivindicando su lengua autóctona y las danzas tradicionales del folklore asturiano. O Tanxugueiras, que mezclan muñeiras con ritmos urbanos. Deferencias etnoculturales de lo propio, sin despeinarse y con orgullo. Que para algo este país es plurinacional.
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Entonces, ¿si los demás pueden por qué nosotras no? ¿Por qué está en auge bailar sevillanas en los pueblos de Salamanca en vez de charros? ¿Nos avergonzamos de lo que es propio? ¿Por qué el folklore de los demás si vale, pero el nuestro es castizo, antiguo y cosa de viejos? Y, es más, ¿por qué cada uno puede hablar con sus propias palabras sin ser catetos mientras que a nosotros nos inculcan que decir “Pos el mi coche lo trajon desde Lumbrales y es un zarrio” está mal dicho? ¿Por qué si digo “No me afrontes que te esparrío” o “Quité un zaragüelle que parecía un estaújo” soy un burdo pueblerino analfabeto, pero hablar de oufits y brunchs me hace ser lo más? Quitémonos vergüenzas, que es lo único que nos sobra. Es hora de reivindicarnos. Que España, por suerte, no es una.
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